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Un jonrón de Serie Mundial

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Por Claudio di Girolamo

Toronto.- George Springer conectó el jonrón de su vida para llevar a los Blue Jays a una Serie Mundial. Toronto entera lo sabe. Los Azulejos están de regreso, 32 años de espera, y lo hicieron gracias a un batazo que viajó tan lejos como las ilusiones de un país que llevaba tres décadas soñando con volver a sentirse campeón. Springer mandó la pelota al jardín izquierdo y, con ella, la tristeza de generaciones enteras que crecieron escuchando historias de Joe Carter como si fueran cuentos de hadas.

El Rogers Centre se vino abajo. Hubo gritos, cerveza al aire, lágrimas. No era solo un jonrón; era la redención. El sinker de Eduard Bazardo se convirtió en un error eterno en la memoria de Seattle, y Springer, en un dios de plástico que recorrió las bases con los puños al cielo y una sonrisa que podía verse desde Newfoundland. Toronto volvió a creer, volvió a vibrar, volvió a ser la ciudad donde todo parece posible, al menos por una noche.

El relevo de Bazardo fue un intento desesperado por sostener lo inevitable. Bryan Woo ya había dejado una base por bolas, un hit y un toque que olía a tragedia. Después vino Springer, con esa calma de veterano que no busca gloria, sino venganza contra el destino. Conectó el batazo de su vida. Tres carreras. Silencio en Seattle. Pandemonio en Canadá. El béisbol volvió a tener sentido.

Los Blue Jays habían llegado a la Serie de Campeonato como un equipo que muchos daban por muerto. Perdieron los dos primeros juegos en casa, se fueron a Seattle contra todo pronóstico, y regresaron con el alma prendida fuego. El Juego 7 fue una guerra de nervios, una de esas historias que solo el béisbol puede escribir con tinta invisible hasta el último out. Y al final, el destino decidió que debía ser Springer el que levantara la ciudad sobre sus hombros.

El viernes comienza la Serie Mundial contra los Dodgers de Los Ángeles. Será en Toronto, donde todavía hay gente que no ha dormido desde el lunes. Los más viejos recordarán el jonrón de Carter en el 93; los jóvenes recordarán el de Springer en el 25. Dos generaciones, un mismo grito, una misma locura. Hay quien dice que el béisbol es solo un juego. Mentira. Es una religión que se reza con guante y cerveza en mano.

Así que tócalos todos, George. Tócalos despacio. Pisa cada base como si fuera la última. Porque puede que lo sea. Hay jonrones que no se repiten, hay noches que no vuelven. Y esta, Toronto, será recordada como la noche en que un swing devolvió la fe a un país entero.

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