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Por Anette Espinosa
La Habana.- Miguel Díaz-Canel aterrizó en Pekín de noche, y lo recibió el ministro de Recursos Naturales, que no parece el cargo soñado para abrir una visita oficial. Uno imagina al presidente cubano bajando del avión con una sonrisa de manual, mientras al otro lado lo espera un hombre con mapas y cifras de montañas. Xi Jinping, la figura de la invitación, estaba en otra parte, ocupado o desocupado, que a estas alturas viene a ser lo mismo.
La visita tiene un motivo solemne: los 80 años de la victoria china en la guerra de resistencia contra Japón. Un acto de memoria y músculo que, además, sirve de escaparate para mostrar con quién camina Pekín y con quién mantiene distancia. La política internacional es muchas veces una cuestión de centímetros en una tribuna. Estar a dos asientos de Xi equivale a seguir vivo en la órbita; estar a diez metros es ser parte del decorado.
La incógnita es qué lugar le tocará a Díaz-Canel en ese tablero. ¿Lo veremos junto al presidente chino, en un gesto de cercanía hacia una vieja isla que sobrevivió a la Guerra Fría? ¿O lo pondrán en un rincón, como cuando Putin apareció en el desfile del Día de la Victoria y parecía estar en otra provincia? A veces los símbolos son más crueles que las palabras.
Porque lo de que Xi no lo haya recibido a pie de pista es ya un primer mensaje. A un presidente lo recibe un presidente; a un socio estratégico, alguien de su rango. Cuando eso no ocurre, lo que queda es la liturgia diplomática del “ya nos veremos”, que suele sonar a “cuando haya un hueco en la agenda”. Cuba puede ser aliada histórica, pero hoy para Pekín es un recuerdo simpático antes que una prioridad urgente.
Díaz-Canel aprovechará la estancia para visitar empresas, reunirse con empresarios, conmemorar 65 años de relaciones bilaterales. Todo muy útil para los comunicados oficiales, que se redactan con adjetivos reciclados. Pero lo esencial será la foto: la distancia con Xi Jinping, la ubicación en el desfile, el encuadre de las cámaras. En política exterior, una imagen puede ser un diagnóstico: dónde te colocan, dónde te dejan, dónde no apareces.
El viaje, en definitiva, se resume en esa escena que aún no se ha visto: la tribuna del aniversario y un presidente cubano sentado en un lugar que dirá mucho más que sus discursos. Si está cerca de Xi, podrá venderlo como un triunfo simbólico. Si lo relegan al fondo, será la confirmación de que Cuba ha pasado de protagonista a invitado secundario en la narrativa de Pekín. En política, a veces, todo se decide en una silla.