Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Luis Alberto Ramírez

El gobierno de Cuba, encabezado por Miguel Díaz-Canel, atraviesa una de las peores crisis estructurales de su historia.

A estas alturas, más que un órgano con poder real, la administración cubana parece un aparato decorativo. Es una fachada diseñada para aparentar funcionamiento institucional ante la comunidad internacional. Además, sirve para seguir engañando al pueblo con la idea de que los medios de producción «pertenecen al pueblo».

La realidad, sin embargo, es muy distinta y mucho más cruda.

La situación económica del país es insostenible. Cuba está literalmente sin dinero. Ha perdido prácticamente todo el crédito internacional debido a su incapacidad crónica de pagar deudas y a su falta de transparencia. También influye la desconfianza que genera un sistema que rechaza cualquier apertura real hacia la inversión privada o extranjera.

Los pocos países que aún le prestan atención, ya sea por afinidades ideológicas o intereses geopolíticos, lo hacen bajo condiciones estrictas. Otros realizan intercambios desiguales, como ocurre con Venezuela o Rusia.

La economía es un caos

La matriz energética está colapsada. Los apagones son parte del día a día del cubano común, y la infraestructura eléctrica no da señales de recuperación. Las plantas termoeléctricas funcionan con tecnología obsoleta y sin el mantenimiento adecuado, y no existen inversiones suficientes en fuentes renovables. Todo esto ha generado un círculo vicioso: sin energía no hay producción, y sin producción no hay ingresos para invertir en energía.

El modelo económico cubano es profundamente dependiente del exterior. El país importa más del 80% de lo que consume. Esta cifra es insostenible para cualquier economía, y más aún para una como la cubana, que exporta muy poco.

La industria azucarera, históricamente uno de los pilares de la economía nacional, está prácticamente destruida. No solo ha perdido competitividad, sino que ya ni siquiera logra cubrir las necesidades internas. Lo que fue “el granero dulce del Caribe” hoy es un campo de cañaverales abandonados y maquinaria oxidada.

Sin remesas y con GAESA

Las remesas son otro de los pilares que mantenían a flote la economía doméstica. Estas han caído a su punto más bajo desde que comenzaron a enviarse en masa en los años noventa. En comparación con el año pasado, se estima una caída del 70%. Esto es producto de la emigración forzada, las restricciones impuestas por el propio régimen y la desconfianza de los exiliados. Ellos cada vez dudan más del destino real de los recursos que envían a sus familiares.

Pero quizás lo más alarmante de todo es que la poca divisa que aún entra al país no es administrada por el gobierno formal, sino por GAESA (Grupo de Administración Empresarial S.A.). Este es un poderoso conglomerado militar que controla los sectores más lucrativos del país: el turismo, las importaciones, el comercio en dólares y el Banco Financiero Internacional (BFI). GAESA actúa como un estado paralelo, invisible. Maneja el dinero real mientras deja al gobierno oficial sin recursos, sin poder y sin voz.

Un gobierno que vive de mentiras y discursos

Esto nos lleva a una conclusión contundente: el gobierno cubano no gobierna. Es un instrumento publicitario, una marioneta que repite discursos de resistencia, propiedad socialista y dignidad nacional. Mientras tanto, los verdaderos dueños del país, los militares, controlan la economía, los recursos y las decisiones.

La afirmación de que “los medios de producción son propiedad del pueblo” no es más que una falacia institucionalizada. En realidad, son propiedad de una élite militar, enriquecida a costa del sufrimiento y la miseria del pueblo.

El modelo cubano no solo está en ruinas, sino que ha perdido toda legitimidad. El pueblo vive engañado y sobrevive como puede. Los que detentan el poder siguen lucrándose, blindados tras una estructura de control, represión y opacidad. Esta estructura apenas permite ver lo que realmente ocurre en la isla.

La revolución que prometió justicia, igualdad y soberanía, terminó convertida en un negocio militar. Este está dirigido por generales con cuentas en el extranjero y una población que ya no cree ni espera nada. Mientras esa puesta en escena siga en la tarima, la obra no termina y el fantasma seguirá dirigiendo la ópera.

Deja un comentario