Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Un altar macabro en Tenochtitlán

Comparte esta noticia

Cuando en 1521 los españoles tomaron Tenochtitlán, creyeron haber conquistado un imperio. Pero lo que encontraron en sus plazas no era solo piedra ni oro: era un mensaje. Un muro de cráneos, un Tzompantli, con cabezas de soldados europeos… y de sus caballos.

Los mexicas lo llamaban así: Tzompantli, “hilera de cabezas”. Un altar macabro, una exhibición ceremonial del poder y la muerte. Para muchos pueblos mesoamericanos, mostrar las cabezas de los enemigos no era una crueldad gratuita, sino parte de un rito cósmico. El sacrificio era un puente entre el mundo de los hombres y los dioses. Cada cráneo, un símbolo.

Los conquistadores quedaron horrorizados. Bernal Díaz del Castillo lo describe con detalle, y Fray Bernardino de Sahagún lo confirmó en sus crónicas: cráneos españoles, cabelleras aún colgando, perforados por las sienes y ensartados como cuentas de un collar de muerte. Incluso los caballos, criaturas nuevas para los mexicas, fueron decapitados y sus cabezas exhibidas como si fueran monstruos derrotados.

Pero el Tzompantli no fue exclusivo de Tenochtitlán. En Oaxaca, en La Coyotera, el arqueólogo Charles Spencer descubrió uno intacto en 1982. Y hay vestigios también en zonas mayas como Chakán Putún, donde los muros guardaban restos humanos extranjeros como prueba del enfrentamiento entre mundos.

El Tzompantli no era solo un altar. Era advertencia, devoción, política y cosmos. Era la prueba brutal de que en Mesoamérica, la vida y la muerte danzaban de la mano… y que incluso los conquistadores terminaron formando parte de ese baile. (Tomado de Datos Históricos)

Deja un comentario