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Por Oscar Durán

La Habana.- No puede tener mejor simbolismo la sede del 26 de Julio en Cuba: Ciego de Ávila. Un país ciego, a oscuras, sin vista larga, tapado por una catarata de hace 66 años. En otro capítulo de esa liturgia política, que cada año intenta simular normalidad en un país roto, la designación parece hoy un triste galardón a la obediencia. A la propaganda y la postergación.

Mientras el pueblo cubano sobrevive entre apagones, hambre, hospitales en ruinas y una emigración sin freno, la dictadura sigue repartiendo sedes. Es como quien reparte medallas en un circo sin público. ¿Qué ha hecho Ciego de Ávila para merecer este «honor»? ¿Aumentar la cosecha de promesas incumplidas? ¿Bajar el índice de protestas gracias al miedo? ¿Levantar más consignas que techos? Lo cierto es que en medio del desastre generalizado, celebrar algo suena tan ofensivo como quemar fuegos artificiales en un funeral.

Los medios oficiales intentan vestir la elección con cifras amañadas, indicadores «cumplidos» y discursos vacíos. Hablan de eficiencia, compromiso y logros. Pero en la calle, los avileños lidian con lo mismo que el resto del país: un transporte colapsado, colas eternas, y salarios que no alcanzan ni para sobrevivir. Una juventud que solo sueña con irse.

Designar sedes del 26 de Julio se ha vuelto una forma de premiar a quienes mejor repiten el libreto oficial. No a quienes realmente mejoran la vida de su gente. No es coincidencia que cada año la elegida sea una provincia donde no hay conflictos visibles. Donde la represión ha hecho mejor su trabajo. Además, donde las estadísticas se maquillan sin vergüenza.

La dictadura pretende que el acto de Ciego de Ávila inspire al resto del país. No obstante, el verdadero mensaje que se transmite es otro: la inercia tiene premio, el conformismo se celebra. Mientras más se agacha la cabeza, más alto ondean las banderas del poder.

En un país que no produce, que no avanza, que expulsa a sus hijos, la sede del 26 de Julio ya no es símbolo de heroicidad revolucionaria. Es, más bien, el podio del oportunismo político. Una vitrina que se construye sobre la miseria colectiva.

Nos quedamos ciegos con la sede

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