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Trump no es el primero ni será el último en remodelar la Casa Blanca

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Por Carlos Carballido

Va siendo hora de que la Academia de Psiquiatría en EE. UU. incorpore como enfermedad personal y social el llamado Trump Derangement Syndrome (TDS), debido a que cada iniciativa del presidente genera un torrente de bilis tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales, y en esa masa aneuronal que los consume.

Ahora los hígados se han cocinado tras el anuncio de remodelar el ala este de la Casa Blanca para convertirla en un espacioso salón de baile que esta administración quiere dejar como legado para futuras presidencias.

Y como ya el grueso de la humanidad no analiza ni siquiera preguntando a la IA, se escuchan gritos de críticas y falsedades.

Trump no es el único presidente que ha hecho algo así. Casi todos lo han hecho, pero con una diferencia sustancial: el salón de baile no le costará ni un dólar al contribuyente, como tratan de mentir en la prensa progresista los políticos y analistas de turno.

Desde el año 1800 la Casa Blanca ha sido constantemente modernizada o renovada, y casi siempre por caprichos personales de los presidentes de turno o de las primeras damas, que llegaron a decorar el recinto con estilos victorianos o muebles más acordes a la modernidad (Jackie Kennedy y Hillary Clinton).

Otros cambios y silencio de los medios

Lo que quiere hacer Trump ahora con el ala este ya lo hizo en 1942 Franklin Delano Roosevelt, bajo el pretexto de ocultar el búnker, pero que en realidad era para darle espacio a su esposa y a los asistentes en oficinas que no interfirieran con asuntos oficiales.

La diferencia: Roosevelt usó 65 000 dólares del erario público, que equivalen hoy a unos dos millones de dólares sin aplicar tasa inflacionaria.

La Casa Blanca ha sido objeto de cambios usando recursos públicos de varios millones de dólares sin que la prensa o sus acólitos lo cuestionaran. Los ejemplos sobran.

Truman utilizó unos siete millones de dólares de la época (5,7 hoy) en lo que se considera la remodelación más agresiva del siglo XX, pagada 100 % por el contribuyente, según los historiadores.

Tampoco los vi cacareando a viva voz cuando Obama gastó 376 millones de dólares del contribuyente para modernizar el cableado eléctrico de la Casa Blanca, la climatización y los sistemas de seguridad y vigilancia interna, que —según el personal de seguridad— se había vuelto una obsesión (quizás por el temor a descubrir secretos de su esposa mientras se duchaba).

En el caso de Obama y su proyecto Big Dig, los cambios fueron tan fuertes que aun en la administración de Trump hubo que terminar lo proyectado anteriormente.

Remodelación y actos filantrópicos

La actual remodelación del ala este está basada en dinero privado de megacorporaciones y ciudadanos particulares, que tendrán la garantía de usar el salón de baile para sus eventos filantrópicos y condecoraciones especiales.

Y he aquí la diferencia: tendrá una utilidad social y benéfica, cosa que no tuvieron ni el Jardín de Rosas construido por Kennedy ni la cancha de baloncesto y la piscina que Obama se construyó para —según sus biógrafos— “aliviar el estrés”.

La izquierda liberal demócrata de este país está realmente enferma y sin absolutamente nada de pensamiento crítico. Cualquier cosa que haga Trump, no importa si es buena o mala, siempre será mala por decreto.

Pero repito:
Truman levantó una Casa Blanca nueva.
Jackie la convirtió en museo.
Obama la llenó de fibra óptica.
Y Trump, fiel a su estilo, la está convirtiendo en palacio.

La diferencia es que el suyo podría ser el primer palacio presidencial construido sin dinero del pueblo.
Por eso los críticos estan a punto de colapsar por cirrosis hepática : Trump demuestra que el poder puede financiarse también sin el Estado y esto desploma el concepto de dilapidar erario público. Cosas asi hace que el Estado pierda el monopolio moral de la virtud y eso jamás se perdona. 

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