Enter your email address below and subscribe to our newsletter

TRUMP DERROTÓ A UNA COALICIÓN DOCTRINARIA

Comparte esta noticia

Carlos Cabrera Pérez

Majadahonda.- Una de las claves de la aplastante victoria electoral de Donald J. Trump fue la imposición de la doctrina sobre la política, por parte de sus contrincantes, que alejaron de las urnas hasta el sector moderado del Partido Demócrata.

Por vez primera, en muchos años, un republicano consiguió ganar en votos electorales y en el voto ciudadano; elemento que debería hacer reflexionar a los demócratas si valió la pena intentar ensanchar su base electoral con una coalición de izquierdistas doctrinarios, que conciben la acción política como una insensatez continua.

Contrario a lo que sostienen muchas personas y algunos partidos políticos, un ciudadano no acude a las urnas para derrotar al comunismo y viceversa; sino para que los elegidos trabajen en favor del bien público, desde la racionalidad, y promoviendo la eficacia y la concordia.

El cambio real en política lo protagonizan los ciudadanos de países democráticos, que votan a quien mejor representa y gestiona los asuntos públicos y contribuye al mejoramiento de sus vidas y ya no por razones ideológicas, excepto la generación de la Segunda Guerra Mundial.

La izquierda post Muro de Berlín, tuvo el acierto de rearmarse ideológicamente, ensanchando su base electoral con doctrinas ecológicas y derechos de las llamadas minorías sexuales, pero una vez que consiguió no desaparecer, volvió al leninismo ramplón, como método político; es decir, nosotros somos una vanguardia iluminada y luminosa y el rebaño que nos siga.

Para derrotar a Trump en 2020, los demócratas tuvieron que componer una coalición electoral, donde tuvieron la habilidad de incluir a casi todo el frente izquierdista estadounidense, pero esos apoyos sembraron la aplastante derrota de este martes porque hubo que pagar sus apoyos, aplicando medidas absurdas, como la pretensión de burocratizar a los amish o la instalación de baños públicos no binarios.

Además de la resonante victoria republicana, estas elecciones han dejado el ejemplo de un hombre amish, que harto de la insensatez gubernamental recogió el voto para Trump, recorriendo, en un carretón tirado por un caballo, las diferentes comunidades, que renuncian a la luz eléctrica y a las redes sociales. Una estampa del remoto far west en pleno siglo XXI, con 5G y demás juguetes electrónicos.

En Europa, tampoco faltan adeptos al wokismo militantoide, que han convertido la agenda 2030 en un arma arrojadiza contra el capitalismo europeo y estadounidense, pero sin atreverse a criticar los esfuerzos contaminadores de China e India, que están viviendo su particular siglo XIX; son los mismos que atacan a Israel por sus bombardeos sobre Gaza y Líbano, pero evitan lastimar a los terroristas de inspiración islámica por sus masacres.

Tales posturas han alumbrado esperpentos, como las de un trío de jóvenes mujeres opuestas a comer huevos porque los gallos violan a las gallinas, cuando las pisan, y ellas sufren; o la reciente prohibición de los históricos y populares chocolates Conguitos, en Cataluña, porque su etiqueta es racista, al aparecer una figura negra. ¡Cosas veredes, Sancho! 

Conguitos, chocolates poplares en España

La mayoría de los ciudadanos son personas sensatas y rechazan las ocurrencias como las que ha practicado la administración Biden en estos cuatro años y la nominación de Kamala Harris garantizó el desplome, que es malo para Estados Unidos, porque en democracia son importantes los contrapesos y, a partir de enero, Trump será el presidente más bendecido con todo el poder.

Frente al desafío de Trump, sus adversarios reaccionaron de la peor manera posible y con argumentos gastados de la Tercera Internacional; primero lo subestimaron y dieron por amortizado, luego amplificaron su Via Crucis judicial y no resolvieron asuntos perentorios para los votantes, como la inflación y la llegada de nuevos emigrantes pobres en busca del sueño americano.

Al final, Biden y los líderes demócratas fueron los mejores agentes electorales de Trump que, esta vez, se rodeó de un equipo brillante de asesores políticos, que moderaron sus exabruptos y no cayeron en las trampas de los adversarios.

La izquierda sectaria no suele debatir sobre los asuntos que interesan a los ciudadanos, sino que juega a descalificar al adversario por su ideología y personalidad y no por su programa electoral y sus acciones; método en el que los cubanos tienen amplios conocimientos porque es la especialidad del castrismo para atacar a sus oponentes.

Como el sectarismo zurdo sigue empecinado, varias reacciones al inapelable triunfo de Trump son las típicas del bobo solemne: el pueblo se equivocó, y asumir pose de vieja meretriz ofendida: ¿pero cómo es posible que los votantes hayan elegido a un presunto delincuente?, pregonan con ojos desorbitados y salivando.

La respuesta es facilita, si la gente prefirió -abrumadoramente- a alguien tan malo, remalo, ¿cómo serán Kamala y su gente?

Cada partido y líder puede elegir la manera que considere más conveniente para sus intereses, pero ello no implica que la masa se los trague como una bendición y no decida votar por quien considera mejor chance.

Los excesos de la imposición woke; que consiste básicamente, en la dictadura del sometimiento pasivo con argumentos bondadosos y caritativos, se ha estrellado en Estados Unidos, que sigue siendo una gran nación, porque es capaz incluso de generar su propia contracultura, de mantenerse como el mercado más dinámico del mundo, que facilita los generosos programas sociales del que disfrutan hasta los emigrantes y los más desfavorecidos.

Ser de izquierda o de derecha no es sinónimo de bondad o maldad, es simplemente una opción política y -a estas alturas- los políticos deberían saber que ya la ciudadanía no se asusta con argumentos falaces e infantiloides como esos de que viene el malo, los cubanos de Miami le van a quitar las casas a sus hermanos en la isla, la derecha española quitará las pensiones a los jubilados, etcétera, etc.

Y por encima de todo, está la ventaja de que los gobiernos democráticos; a diferencia de las dictaduras, tienen fecha de caducidad y los votantes la opción de cambiar su voto de manera racional y libremente.

Pero me temo que los wokeros y otras hierbas zurdas no le van a dar ni un respiro a Trump, como le ocurre a Milei; y es entendible esa ferocidad porque sus política anunciada de aligeramiento del estado, incluye el cierre de chiringuitos para vender fe y colocar a los adeptos con buenos salarios, que pagan los contribuyentes.

Y estos recortes afectarán también al ramillete de opositores y activistas cubanos que maman de la ubre socialdemócrata y wokista y que, como damnificados del pensamiento único castrista, se erigen en un plano de superioridad sobre sus hermanos de desdicha para practicar el paternalismo militante a favor de la causa.

Como en todo perfomance, los más exaltados suelen rasgarse las vestiduras y pedir que no vayan a confundirlos con esos cubanos indecentes que votaron y apoyan a Trump; cuando alguien se siente por encima de un semejante padece un grave trastorno.

Un estado democrático es el imperio de la ley, se rige por su Constitución y leyes y normas generales, pero los izquierdistas tuvieron la viveza de crear uno, dos, tres muchos pesebres donde pastan sus sargentos políticos, dispuestos a degollar a quienes se opongan a sus designios, pues se autoerigen en el nuevo Espíritu Santo; y entre ellos, también hay cubanos emigrados.

Desgraciadamente, una parte de la derecha renunció al debate ideológico, tras la caída del comunismo en Europa del Este y abandonó su obligación de combatir resueltamente la pobreza y desigualdad, que son la arcilla fundamental del discurso buenista de los sectarios de izquierda, que anteponen siempre sus intereses a los del pueblo, que debe apoyarlos ciegamente porque los de derecha son malos, muy malos.

Pero toda gran victoria provoca cierto envanecimiento y descuido político, si el Partido Republicano quiere volver a ganar en 2028 debe empezar a trabajar desde esta semana para conseguirlo; reto que también alcanza a los demócratas, obligados a una reforma de fondo y forma; alejando a tribus militantes de su órbita, aunque surjan nuevos partidos a su izquierda, que no serán ni chicha ni limoná porque llevan su cabeza el gen de la autodestrucción y la vanidad de creerse nuevos evangelizadores.

Deja un comentario