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Tres horas sin luz y un mar de mentiras

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Por Yesion Derulo

Holguín.- En Holguín, lo que debía ser un respiro de seis horas con electricidad se ha convertido en una burla: apenas tres horas de corriente que no alcanzan ni para conservar los alimentos ni para que los niños estudien de noche. El ministro Vicente de la O Levi insiste en que octubre traerá mejoras, pero los holguineros —y el resto del país— han perdido la poca fe que quedaba en esos anuncios de ciencia ficción. Lo que se vive en los hogares no lo arregla ni un discurso en la Mesa Redonda ni la visita de un funcionario a una termoeléctrica muerta.

Las justificaciones oficiales ya son un guion aprendido: falta de combustible, roturas imprevistas, bloqueo. Sin embargo, el pueblo sabe que la raíz del problema es la misma de siempre: un sistema incapaz de sostener al país. Mientras tanto, las familias organizan sus días a golpe de apagón, cocinando a la carrera, cargando celulares como si fueran armas de guerra y durmiendo en la penumbra bajo un ejército de mosquitos.

Prometen y prometen y la vida sigue igual

Lo peor es la burla implícita. Prometer luz cuando no hay petróleo es como vender aire embotellado en medio del desierto. Los dirigentes hablan de “resistencia” mientras ellos no conocen lo que es pasar una noche completa con calor y sin ventilador. La desigualdad se enciende con cada apagón: hay barrios donde nunca se va la luz porque allí viven militares o funcionarios, mientras los pobres ven cómo sus refrigeradores se convierten en ataúdes de comida podrida.

El descreimiento popular es lógico. Durante décadas, los cubanos han escuchado las mismas promesas incumplidas. Octubre llegará y, con él, otra justificación, otro enemigo externo, otro llamado a aguantar. La dictadura juega al desgaste, confiando en que la gente, agotada, se resigne. Pero cada apagón prolongado es también una chispa de inconformidad que va encendiendo un país cansado de tanta mentira.

Holguín, hoy reducido a tres horas de electricidad, es apenas una postal de lo que ocurre en toda la isla: un territorio a oscuras, sostenido por la paciencia forzada de su gente. El ministro puede repetir mil veces que todo mejorará, pero mientras el pueblo viva entre apagón y apagón, esas palabras no pasarán de ser el eco miserable de un poder que ya nadie cree.

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