Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- Si alguien en su sano juicio pensó que Anfield iba a recibir a Trent Alexander-Arnold con alfombra roja y besitos en la mejilla, es que no conoce el ardor que hierve en las gradas de ese templo. El «muchacho normal de Liverpool» que se fue de agente libre, con el Madrid soltando diez kilos de euros para llevárselo bajo el brazo de Xabi Alonso, volvió, pero con la camiseta blanca puesta. Y la parroquia red, que no perdona una, se lo hizo saber a puro pitido y rechifla. No fue un reencuentro de novela, fue un ajuste de cuentas en toda regla.
Y uno aquí, desde esta esquina del mundo, se pregunta: ¿y el muchacho no tenía derecho a irse? Jermaine Pennant, que en su día también vistió la roja, lo dejó clarísimo en el AS: jugar en el Real Madrid no es una oferta que llegue todos los días, ni para cualquiera.
El tipo le dio todo al Liverpool, lo ganó todo con ellos, desde chamaquito. Pero llega un punto en la vida de un hombre en que quiere probar otro ají, aunque le pique. Los aficionados, en su pasión, lo ven como una traición; pero desde afuera, cualquiera con dos dedos de frente entiende que rechazar al Madrid es como decirle que no a la mujer más guapa del baile: un acto de locura o de santidad.
La cosa es que la afición, con el hígado caliente, no lo quiere entender. Sienten que Trent no solo dejó un club, sino que abandonó a la familia y le dio la espalda a toda una ciudad. Es el dolor del que se va de casa, puro y simple. Y aunque algunos, los más templados, le agradecen los años de gloria y le desean suerte, la mayoría le gritó de todo menos «bienvenido». Es el precio de cambiar de camiseta cuando en la anterior eras más que un jugador: eras un símbolo.
Y para rematar el plato, la adaptación del muchacho en Madrid no ha sido exactamente un paseo por el malecón. Llegó con el pie izquierdo al Mundial de Clubes, luego se lesionó, y el aficionado madridista, que es exigente por naturaleza, todavía está con los brazos cruzados, esperando ver al crack por el que pagaron. Pennant, con la sabiduría del que ha visto jugar a los grandes, pide paciencia: cambiar de país, de idioma, de costumbres, no es como cambiarse de zapatos. El tipo necesita tiempo para hacer del Bernabéu su nueva casa.
Pero ojo, que el inglés no pierde la fe. Asegura que, una vez Trent se acomode y deje de sentirse como un pulpo en un garaje, vamos a ver al jugadorazo que es. Y no solo eso: cree que, a pesar de la competencia feroz en la selección inglesa, su calidad es tan distinta —con esa pase suyo que parece guiado por satélite— que hasta el propio Tuchel tendrá que ponerlo en el avión rumbo al Mundial de Norteamérica.
El juicio final para Trent en Madrid todavía está por escribirse, pero la historia sugiere que los grandes, tarde o temprano, siempre acaban por hablar en el campo.