
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por P. Alberto Reyes Pías ()
Camagüey.- Cada vida es una apuesta, porque toda vida se teje en torno a criterios, valores, tomas de decisiones… que elegimos porque nos parecen lo mejor y que, sin embargo, no confirmarán su valía hasta que crucemos esa línea que llamamos muerte.
El Evangelio de hoy es la invitación a una apuesta concreta: la apuesta por construir la vida en torno a eso que llamamos “los valores del Reino de Dios”.
Empieza este texto anunciando una buena noticia: con la aparición de Cristo entre nosotros, un mundo nuevo está a punto de nacer, un mundo donde, ante la luz del Evangelio, todo lo demás se oscurecerá. ¿Y cuáles son estas “luces” que se oscurecerán? Todo lo que promueve, justifica o defiende la opresión, la crueldad, la corrupción, todo lo que es injusticia y mentira, todo lo que es hipocresía y daño al prójimo, todo lo que basa su fuerza en el poder de la dominación y que muchas veces da la impresión de que brillará siempre y nunca caerá.
Es verdad que el mal sigue existiendo y existirá hasta el fin de los tiempos, y que cada generación tendrá que tomar parte en la lucha eterna entre el bien y el mal, pero cuando miramos la historia, tenemos que reconocer que el bien se ha ido abriendo camino en las venas de la humanidad.
Se ha ido purificando la fe de los pueblos, y hoy día encontramos menos fe por tradición y más fe por convicción; ha crecido y crecen los gestos de fraternidad, de solidaridad, de compromiso con la gente que sufre; ha aumentado la sensibilidad por los marginados, por la gente herida, por las personas que pasan necesidad; hay una mayor denuncia de las violaciones de la dignidad humana.
Estamos más atentos a la naturaleza, más opuestos a la exclusión y al racismo, más dispuestos al diálogo y al encuentro, más atentos al respeto hacia el otro. Sí, el camino es todavía largo, pero no podemos negar los signos de una humanidad que,
entre luces y sombras, camina hacia un mundo mejor.
“No se dejen engañar” –dice el Señor. No nos dejemos arrastrar por los discursos pesimistas, no nos dejemos seducir por los ídolos que prometen una vida mejor a costa del bien de otros, no sigamos los discursos que nos lleven a la exclusión, a la insolidaridad o al odio hacia los demás, porque no sólo nada de esto tendrá la última palabra – dice el Señor-, sino que no son el camino de la felicidad que busca obtenercada apuesta de vida.
Mientras dure la historia, el Evangelio de Cristo permanecerá como una propuesta, como una apuesta, una apuesta entre otras muchas que nos bombardearán siempre, si bien el problema no es el bombardeo sino asumir el riesgo de elegir la apuesta que más nos humaniza.