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Escrito por el sacerdote Lester Rafael Zayas Díaz

La Habana.- Quiero creer que, como para todo en la vida, exista el recurso a la solicitud de un buen consejo, de una recomendación, la búsqueda de una palabra oportuna que haga que nuestros pasos por la vida tengan el peso necesario, la hondura precisa, el buen deseo de acertar en lo que se dice.

Supongo, por tanto, que mientras más alta es la responsabilidad, mientras más elevada es la posición, más necesaria se hace la ayuda de un buen asesor, de alguien que sepa decirnos cómo hacer bien las cosas para no causar más daño, para no provocar más sufrimientos, para no conseguir, con lo que decimos, que los que nos escuchan se sientan burlados, engañados.

Si se trata, entonces, del pueblo, nuestro accionar ha de ser en extremo sensible, cuidadoso, atinado. Se hace imprescindible alguien que nos ofrezca el consejo oportuno.

Por ello quiero suponer que los que gobiernan tienen eso: un buen asesor, alguien con más conocimiento, porque no somos expertos en todo. Incluso, alguien que te diga lo que no se debe decir nunca y de ninguna manera. Un asesor de imagen que cuide que tu postura no resulte engañosa, ni sobreactuada. Bueno, pues eso supongo.

¿Acaso…?

Pero resulta que, a todas luces, no es así en algún caso. Me ha resultado absolutamente perturbador ver a un gobernante —el de mi país— parado delante de miles de espectadores (y digo miles, porque otros no podían, porque no tenían corriente, y otros porque ya no ponemos la televisión), dirigirse al pueblo culpabilizándolo de lo que, de ninguna manera, puede ser culpa del pueblo. ¿Acaso las termoeléctricas en Cuba han estado en manos privadas? ¿Han estado en manos de mipymes? ¿Han estado en manos del pueblo?

De ser así, podríamos buscar culpables entre ellos, responsabilidades, incluso podríamos denunciar, pedir indemnización. Pero no: han estado en manos del Estado. Es, por tanto, el Estado que usted representa el único culpable del fracaso energético. Que si quiere usted culpar al embargo, cúlpelo. Pero el único responsable de dialogar con los que han puesto el embargo, y negociar, y pactar, y llegar a soluciones, es usted y el gobierno que usted representa.

Oírle decir que el problema es que, cuando ponen la corriente, todo el mundo se conecta y sube el consumo, es, desde todo punto de vista, una burla. Una burla grotesca, fea e inaceptable. ¿Qué pretende usted —y los que le asesoran—? ¿Que al llegar la corriente sigamos cocinando con carbón para no sobrecargar el SEN? ¿Que no aprovechemos para poner el agua que hace meses no entra en muchos lugares? ¿Que sigamos a oscuras y sin ventiladores?

¿Saben del sufrimiento del pueblo?

¿Saben acaso los que le asesoran que, cuando ponen la corriente de madrugada, las personas se levantan a esa hora a cocinar, a lavar, a adelantar las labores del hogar que, hasta ese momento, resulta imposible e inhumano realizar?

Por otra parte, afirmar que el consumo sube ahora al mediodía y que antes no era así, muestra una inmensa falta de respeto por este pueblo. El consumo subirá siempre en el horario que pongan la corriente, después de 19, 25, 30 horas de apagón. ¿Sabe lo que no se puede?

Lo que no se puede es pedirle al pueblo que siga cocinando con carbón, cuyo precio es de 1500 CUP el saco, al menos en algunas partes de Cuba. ¿Se ha preguntado usted desde cuándo sus asesores no cocinan con carbón? Y digo “cocinar con carbón” como único recurso; no me refiero a parrillas ni fiestas de este tipo.

¿Sabe lo que no se puede? Pedirle a los ancianos postrados y con escaras, en cuartos poco ventilados y sin corriente eléctrica, que sigan resistiendo. Ni siquiera creativamente se les puede pedir eso.
Lo que no se puede es pedirles a las madres que miren para otra parte cuando ven languidecer la vida de sus niños sin poder siquiera ponerles dibujos animados en la tele, para que por lo menos logren olvidar el hambre de sus estómagos vacíos.

Lo que no se puede pedir

Lo que no se puede es pedir a los jóvenes que aguanten, que renuncien a sus vidas en nombre de una ideología que ellos no eligieron, que solo heredaron y sobre la cual no han sido consultados acerca de si la quieren o no.

Lo que no se puede es criminalizar el legítimo derecho a protestar porque no hay comida, porque no hay corriente, porque cada día hay menos.

Lo que no puede ningún dirigente es llamar delincuente al vecino porque este grite “¡comida!” y “¡libertad!”.

Lo que no se puede es intentar engañar al pueblo con promesas futuras, porque la vida es hoy y no se detiene, y hay miles de cubanos que llevan 60 años esperando el futuro mejor.

Lo que no se puede es mantener un discurso de igualdad social cuando vemos emerger, cada día ante nuestros ojos, una élite cercana al poder, y muchas veces identificada con el poder, que delante de cámaras y micrófonos le echa en cara a este pueblo su miseria.

¿Sabe lo que no se puede?

Lo que no se puede es permitir que algún ciudadano, cuyo único mérito es tener determinado apellido, salga en las redes sociales burlándose de todo un pueblo, mostrando en sus manos la cerveza que el pueblo no puede comprar.

No sé si sus asesores saben de esto. Ni siquiera sé si usted los tiene. Pero de algo estoy seguro: los asesores de los gobernantes anteriores a usted no hubieran permitido eso ni la primera vez. Y mire que tampoco comparto lo que ellos hicieron. Pero en ese punto estaban mejor asesorados.

Lo que no se puede, nunca, es llamar “mercenario”, “financiado”, “gusano” al que disiente.
Lo que no se puede es pensar que un pueblo puede resistir “creativamente” en el sufrimiento, cuando ve a alguno de los suyos pasearse en pasarelas de lujo con actrices que irrespetan a este pueblo y cuya sola presencia contradice el ideario sobre el que se asienta su gobierno y su partido. Eso no se puede.

Lo que no se puede es condenar a un funcionario cualquiera por hacer lo que tendrían que hacer todos los cuadros del partido: mezclarse con el pueblo, dialogar con el pueblo, recoger el sentir del pueblo, incluso unirse a las protestas del pueblo, porque, en principio, ellos también son el pueblo y tendrían que saber y sentir lo mismo que los que protestan.

Salvo que eso no sea así, y entonces ya no serían auténticos representantes de este pueblo.

Basta de culpar y acusar a otros

Lo que no se puede es pensar que todo el que se va está engañado o se ha dejado seducir por “el imperio”. No. Se van porque están enamorados de la vida, porque quieren vivir y no resistir. Porque quieren ser felices ahora, hoy.

Dígale a sus asesores que se monten en el carro del Jefe de Negocios de la Embajada Americana, que le pidan botella, y así se enteran juntos de cómo vive el pueblo de verdad: el real, no el del noticiero.
De hacer esto, se hubieran dado cuenta de lo absolutamente impopulares y desacertadas que han sido las nuevas tarifas de ETECSA.

¿No saben sus asesores cuál es el salario de este pueblo? ¿Acaso no saben que el paquete de datos es el único camino que les queda a miles de madres ancianas para ver el rostro de sus hijos?
¿No saben los que le aconsejan que esas medidas solo aumentan el dolor de la lejanía y la frustración de los que, separados por la distancia, no tienen otro medio para sentirse cerca?
¿No saben ellos cuánta alegría arrebatan a través de una videollamada, cuántos “¡Papá, te amo!”, “¡Mamá, te extraño!” han apagado?

El pueblo quiere derechos y dignidad

Podría estar dos días enumerando los dolores de este pueblo que ya no puede más. A veces he llegado a pensar que el verdadero enemigo suyo —y de los suyos— son esos asesores.

Por lo pronto, sería bueno dejar descansar por un tiempo tanta palabra y pensar en calmar el dolor de este pueblo.

Detener inmediatamente la lenta agonía de este pueblo que no quiere saber más de resistencia, ni de guerras, ni de partidos, ni de ideologías, ni de embargo, ni de cómo se llaman las centrales eléctricas.

Este pueblo quiere obtener el legítimo derecho a comer con dignidad, a tener 24 horas de corriente, a hablar con libertad, a ser consultado acerca de lo que quiere y desea, a no tener miedo a protestar si es preciso, con la dignidad que nos caracteriza, si sentimos que somos burlados o negados.

¿Es eso mucho pedir? ¿Podrían sus asesores proponerle eso? ¿Se podría acaso?
Y si no se puede, en nombre de este pueblo pida ayuda, busque otros asesores, permita entonces que otros señalen otros rumbos hacia la vida y la alegría.

Deje a otro el timón. Pero permita que este pueblo se salve todavía.

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