Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Hermes Entenza ()
Núremberg.- Necesito un escáner, un enorme escáner donde quepa Cuba. Necesito copiar cada centímetro de la isla, digitalizarla como un documento antiguo y arrugado para devolverle, paso a paso, toda la vitalidad perdida.
Cuando tenga a mi patria en una gran pantalla, iré lentamente restaurando cada milímetro de su cuerpo.
Comenzaré por sus montañas peladas, sus campos baldíos y ciudades descoloridas, envueltas en la maldita niebla que no permite encontrar un píxel de alegría. Buscaré los colores originales de cuando Cuba era un oasis. Levantaré cada casa como las pintaba Portocarrero, para que brillen en el concierto nocturno. Los ríos y cañadas putrefactas volverán a sus transparencias originales, y la isla será como un cuadro de Chartrand, de Romañach o Tomás Sánchez.
Cuando todo esté listo, comenzará la obra mayor: reconstruir cada habitante. Todos llevarán colores puros, en gamas y valores que me den la posibilidad de verlos tan felices, que parecerá una inmensa postal que convida a todos a la tierra prometida.
Tendré, por supuesto, que borrar algunas cosas: eliminaré a las gárgolas del mal, aquellos entes que ensombrecieron la tierra y los misterios de una vida limpia. Con Photoshop quitaré a esas protuberancias que destruyeron la risa de los niños y las madres, de los ancianos y hombres honestos.
Enviaré a la bandeja de reciclaje todo lo terrible: las malas personas que profanaron el país, los seres que, como un virus, infectaron el día a día de cada corazón, cada valle y calleja de la isla desahuciada.
Llenaré de alimentos los mercados, las mesas de familias hambrientas. Usaré tintes verdes para la hierba de los parques junton a las camisas y vestidos de tardear.
Usaré una App que incluya música de fondo, donde estarán los viejos cantos infantiles, los clásicos cantores de antaño junto a la mejor música del mundo. No habrá prisioneros de conciencia, no habrá lágrimas ni gritos de espanto por la negra tonfa en el lomo de los habitantes.
El cielo será azul para todos, como las viejas pinturas de la playa. No habrá nadie que piense igual al prójimo, porque así los colores serán más brillantes, sinfónicos.
Cuando haya terminado de restaurar cada milímetro de Cuba, tendré que subirla a la nube e ingresar códigos ancestrales; no sé, lograr algo inverosímil, donde todo lo escaneado, limpio y coloreado, de una manera extraña, se clone con la realidad. Entonces podré decir que valen la pena los ideales, la libertad, el amor, la paz, esos sentimientos que no se pueden escanear pero, ¿por qué no? quizá funcione, y la isla alargada y rota vuelva a tomar conciencia de que vivir es otra cosa más allá de los muros, cadenas y miseria.
Cuando acabe la obra me voy a sentar a tomarme un café para ver cómo, lentamente, igual que en un filme de ciencia ficción, la Cuba real va mutando desde sus miserias, a un eterno paraíso.