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Por Irán Capote
Pinar del Río.- Anoche soñé que había llegado a una ciudad de un país que no era este. Una urgencia me hacía moverme por aquellas calles escandalosas como si las conociera de memoria. Yo no era feliz.
No puedo precisar el motivo de tal urgencia ni de la infelicidad.
De pronto estaba aterrado porque tenía que subir una estrecha escalera. No puedo precisar por qué tenía que subir por una escalera estrecha y en espiral. Tampoco puedo precisar por qué me perseguía un león blanco.
La ciudad comenzaba a descascararse. Y al parecer se vendía como una ilusión cosmopolita y en su interior albergaba una vieja ciudad llena de escombros y mugre humana.
Sin explicación, estaba atravesando un surco casi infinito y encontré a un perro. ¿O fue el perro quien me encontró a mí?
No sé el motivo del surco en aquella cosmópolis. Quiero pensar que son los surcos de mi país o los surcos de mi vida. Quiero pensar que el surco es esa grieta que tenemos en el alma los cubanos. Esa grieta profunda. Y que aquel león blanco era el culpable de mi urgencia, de mi miedo a la espiral y de la infelicidad.
Tampoco puedo precisar por qué, al despertar, quería permanecer en aquella ciudad, pese a su mugre y a sus surcos infinitos y no en esta.
Desperté desconcertado y con ganas de llorar.
Había corriente todavía.
Aún quedaba café en el pomo que una vez fue de mayonesa. La vieja cafetera seguía funcionando. Puse el café.
Y subí al techo a ver las destrucciones.

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