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Sobremorir en Cuba: cuando la vida es una larga espera hacia la nada

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- En Cuba ya no se sobrevive: se sobremuere. Es un verbo nuevo para una realidad antigua, una conjugación que inventa el pueblo mientras espera horas en colas interminables por un pollo que no llega, o mientras cuenta los minutos en la oscuridad de un apagón que supera las 40 horas. 

Sobremorir es eso: estar vivo pero no del todo, como si la vida fuera un estado provisional, una espera agónica entre el suspiro y el último aliento. La electricidad se fue y no volvió, los alimentos escasean hasta en los sueños, y la inflación devora salarios que ya eran fantasmas.

El gobierno, mientras tanto, habla. Manuel Marrero, el primer ministro, admitió hace poco que los funcionarios públicos «no dan el nivel». Podría haber añadido: y yo tampoco. Pero no lo hizo. Prefirió la autocrítica light, esa que señala errores ajenos pero nunca los propios.

Mientras, el país se desangra: la inflación oficial ronda el 15%, pero economistas como Pedro Monreal alertan de que la realidad es mucho más cruel. El peso no vale nada, el dólar lo compra todo, y la gente sobremuere en una economía donde tener acceso a divisas es la única frontera entre la dignidad y la miseria.

Blackout eléctrico y de todo

Los apagones son la metáfora perfecta de este colapso. No son interrupciones, sino la norma: horas y horas sin luz, sin agua, sin refrigeración, con hospitales que operan a oscuras y ancianos que mueren en silencio.

El régimen culpa al embargo estadounidense, pero calla que las termoeléctricas son cadáveres soviéticos y que la corrupción ha devorado los recursos. Hace unos días, En octubre de 2024, el colapso de la planta Antonio Guiteras sumió a toda la isla en la oscuridad . Ahora, en septiembre de 2025, la historia se repitió: otro blackout total, otra vez la misma excusa.

El hambre es otro síntoma de este sobremorir. El 96% de la población lucha por acceder a alimentos. La libreta de racionamiento, otrora símbolo de supuesta equidad, hoy es un recordatorio de la escasez: garantiza migajas, no nutrientes.

En las escuelas, los niños reciben comidas «que son una humillación», y las familias dependen de remesas o de la solidaridad callejera. Marrero y su gabinete podrían haber incluido esto en su autocrítica, pero no lo hicieron. Prefirieron hablar de «proyecciones» y «programas» que nunca llegan.

La crónica de un país que agoniza

La respuesta del régimen es siempre la misma: represión y retórica. Cuando en marzo de 2024 y octubre de 2024 hubo protestas por los apagones y la falta de comida, Díaz-Canel apareció en uniforme militar para amenazar: «No toleraremos disturbios». Internet se cortó, la policía cargó, y disidentes fueron encarcelados.

Ahora, Marrero admite que los funcionarios «no dan el nivel», pero omite que él es parte de ese sistema podrido. Y en Gibara, por donde es diputado, tras las protestas de hace unas horas, comenzó la cacería.

Sobremorir también es eso: vivir bajo un gobierno que te exige resiliencia mientras te niega la libertad.

Al final, Cuba se ha convertido en un laboratorio del fracaso. Un lugar donde la pobreza es tan extrema que se normaliza, donde la gente ya no protesta por vivir mejor, sino por no sobremorir.

Marrero y su equipo podrían haber incluido esta realidad en sus discursos, pero eligieron el silencio. Prefirieron mirar hacia otro lado mientras la isla se apaga, se hunder, se desangra. 

Sobremorir no es un verbo inventado: es la crónica de un país que agoniza mientras sus gobernantes juegan a la política.

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