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Por René Fidel González García ()
Santiago de Cuba.- En un contexto de desigualdad estructural, pérdida de cohesión comunitaria, de una insultante polarización y diferenciación de los ingresos y sus distribución, del acceso a bienes de consumo y servicios, así como de las condiciones de posibilidad de proyectos – e incluso estilos – de vida, signos de la instauración, importancia y extensión de un fuerte proceso de alienación social, se hicieron muy evidentes en muchas actitudes de extrañamiento de los cubanos hacia su sociedad, sus instituciones y las dinámicas públicas de ellas, las que empezaron a ser percibidas, junto a los discursos y narrativas que las comunicaban, como hostiles y sobre todo incomprensibles, por miembros de diferentes generaciones.
No era una cuestión insignificante, mientras algunos exhibían los resultados estéticos de los procederes quirúrgicos a los que podían someterse, otros tenían que procurar salir del país desesperadamente para salvar la vida de un familiar, o pasar un infierno de compra de materiales desechables y distintos medicamentos genéricos no disponibles en los servicios médicos, para evitar que el hilo de la vida fuera cortado.
A partir de algún momento, voceros y funcionarios de distintas jerarquías cuyos discursos y los sentidos, significados y certezas que trasmitían a través de ellos, parecían tener una fecha de caducidad casi inmediata, convirtieron su creciente pérdida de credibilidad, en un factor de erosión de la confianza política de muchos ciudadanos.
No pocas veces cuando intentaron explicar alguna situación, sus intervenciones fueron interpretadas como burdas, insistentes y apenas mal disimuladas amenazas de represión y castigo.
Esto, era una evidencia en realidad de la creciente falta de recursos políticos que aseguraba el ejercicio constante del poder en condiciones en que, la exclusión política, se había vuelto hermana gemela de la exclusión social.
Para cientos de miles de cubanos todo esto sería suficiente. Que aprovecharan el remedo de una ruta interestatal rápida que quedó abierta entre Cuba y Centroamérica en dirección a los Estados Unidos de Norteamérica, esconde en mi opinión, un hecho más trascendental y político.
Quizás no exista explicación más completa de lo que me refiero, en términos de los sentimientos, las esperanzas y determinaciones involucradas, que la letra de una canción Dos Oruguitas, escrita por Lin-Manuel Miranda para el filme Encanto.
La “generación de las oruguitas” se reconocería después en canciones como Me fui, de la venezolana Rymar Perdomo, en Lo que le pasó a Hawaii o DtME, de Bad Bunny, pero muchos de ellos habían sido antes testigos de la manera desenfada en que miles de estudiantes cubanos de primaria y secundaria, habían interpretado en videos subidos a las redes sociales, una versión paródica de una conocida cuarteta.
La estampida migratoria ocurrida revela – más allá de sus connotaciones como parte de una catástrofe demográfica y sus muy concretas expresiones en los económico y social – en el caso de la “generación de las oruguitas”, las dimensiones reales del desastre que era capaz de causar el subdesarrollo político en Cuba, ya fuera en términos de la negación de las condiciones de posibilidad política para la búsqueda de la felicidad o de la dilapidación en un acto de alivio de tensiones, de recursos humanos cuya importancia ya eran críticos desde mucho antes.
Es probable que nunca antes en la historia nacional, miembros de una generación más joven, fueran capaces de convencer de forma tan contundente y masiva a integrantes de otras generaciones, no ya solo de involucrarse en un acto migratorio – muchas veces peligroso y sin dudas siempre azaroso – sino de la necesidad de hacer posible y llevar a la práctica, una elección decisiva para la realización y plenitud de sus proyectos de vidas.
Tal elección, que en cuanto a la voluntad y resolución de transformar la realidad individual que ellos tuvieron fue eminentemente política, solo pudo ser hecha desde una síntesis de la experiencia de generaciones anteriores, de sus sacrificios y frustraciones, pero sobre todo de la comprensión exacta de la existencia de un problema político, cuya solución a través de causes lícitos, pacíficos y propicios para el diálogo y la superación de diferencias, era en Cuba tan imposible para ellos, como lo había sido antes para otras generaciones.