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¿Soberanía alimentaria en Cuba? El evento surrealista del Hotel Nacional

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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Mientras el presidente Díaz-Canel brindaba discursos sobre «soberanía alimentaria» en el Hotel Nacional, con sus alfombras rojas y aires acondicionados a todo dar, en cualquier barrio de La Habana una madre revolucionaba la basura en busca de algo que darle a sus hijos. Es la Cuba de las dos realidades: la de los eventos de «alto nivel» y la de los cubanos de bajo nivel, esos que no saben qué poner en la olla hoy .

El Primer Encuentro de Alto Nivel sobre Soberanía Alimentaria suena a broma pesada en un país donde el 89% de la población vive en pobreza extrema y donde hasta los huevos son un lujo. ¿De qué soberanía hablan si Cuba importa el 80% de lo que consume y un tomate cuesta más que el salario diario de un médico?

El evento, calificado de «holístico» por Díaz-Canel, fue todo menos eso. Holístico sería hablar de las madres que amamantan sin tener leche, de los campesinos que siembran sin combustible, de los niños que se desmayan en las escuelas por hipoglucemia.

En cambio, se llenó la boca de palabras bonitas: «cooperación», «solidaridad», «multilateralismo». Mientras, en la vida real, la cooperación es que una vecina le preste arroz a otra, la solidaridad es que un cubano en el exterior mande $50 para comer, y el multilateralismo es hacer cola en tres tiendas diferentes para encontrar pollo .

Sálvese quien pueda

Uno se pregunta qué pintaba ahí Frei Betto, el teólogo brasileño que en los 80 escribió sobre el hambre desde su cómodo despacho, mientras hoy repite consignas gastadas sobre «la hegemonía que nos quieren imponer». ¿Alguien le ha explicado que en Cuba la única hegemonía real es la del hambre? ¿Que la batalla aquí no es contra el imperialismo, sino contra la vaciedad de las neveras? Invitar a personajes que idealizan la pobreza ajena es como llevar un vegetariano a un matadero: no entiende nada y solo empeora las cosas.

Cuando Díaz-Canel dice que Cuba «no se ha estado quieta» en la agroecología, habría que preguntarle si ha visitado algún mercado estatal últimamente. ¿Dónde están esos productos «amigables con el medio ambiente»? Lo único verde en los agromercados son los ojos de la gente mirando los precios. La verdadera agroecología cubana es la de los patios donde la gente cultiva lo que puede entre apagones, con semillas que llegan en paquetes de ayuda familiar desde Miami.

Cinismo a raudales

Lo más cínico es hablar de «eliminar la desigualdad» en un país donde la élite del Partido tiene acceso a tiendas en divisas, médicos privados y viajes al exterior, mientras el pueblo sobrevive con una libreta de racionamiento que no alcanza ni para una semana . ¿Qué desigualdad van a eliminar? ¿La de ellos mismos? Este evento no fue más que un ejercicio de autocomplacencia para lavar la imagen de un gobierno que ha convertido la comida en un privilegio de clase.

Al final, la única «lección para el mundo» que Cuba está dando es cómo un país fértil puede morir de hambre por culpa de un sistema que prioriza la propaganda sobre la gente. Mientras Díaz-Canel y sus invitados se fotografiaban sonrientes en el Hotel Nacional, afuera la gente hacía cola para comprar huesos de pollo. Esa es la verdadera hoja de ruta cubana: la del sálvese quien pueda, disfrazada de discursos bonitos.

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