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Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- Como es habitual en la dictadura más vieja de Occidente, el departamento Ideológico del partido único circuló una carta, dizque de solidaridad con el pueblo venezolano, firmada por una amplia mayoría de jineteros culturales en busca de visas para el forrajeo; con la excepción de Lesbia Vent Dumois y en la que Leo Brouwer y Silvio Rodríguez brillan por su ausencia.
La cartica es tan mala que figuras como Silvio Rodríguez y Leo Brouwer; entre otras personalidades de la cultura cubana, no le hicieron swing; echando por tierra la politiquería oportunista del peor gobierno de la historia castrista, que tuvo que echar mano de lo que va quedando en el Plan Tareco del funcionariado, la cultura y el periodismo.
Que el tardocastrismo saque una palucha escrita apoyando a uno de sus cofinanciadores y que una parte de sus hambreados empleados la firme, carece de novedad porque la sobremurencia en el descampado obliga a vivir agachado y olfateando viajecitos para reponer hemoglobina y pacotilla.
La misiva y sus endebles rubricadores no merecían la pena de ripostarla, pero un grupo de cubanos emigrados decidió que la zafiedad no debía quedar sin respuesta y ¡allá va eso!, haciéndole el juego -inconscientemente- a la tirania que los expatrió; con una comunicación reactiva; pese a que estaban avisados.
En abril, el botellero Abel Prieto lanzó una extraña carta exigiendo el cese de la injerencia estadounidense en los asuntos internos de Venezuela; pese a que conocía las negociaciones en Barbados entre Caracas y Washington.
Una vez más, los pájaros tirándole a la escopeta, los más injerencistas de la región, que llegaron a colonizar Venezuela en la etapa de Hugo Chávez, se rasgan las vestiduras porque otro interviene en temas ajenos; lo que llevan haciendo una pila de años.
Lamentablemente, algunos militantes de la orilla derecha del Cuyaguateje se han puesto a pretender alertar a los venezolanos de los peligros de una dictadura y cómo conjurarlos; cuando Cuba vive -desde hace 65 años- la desgracia más prolongada de sus tragedias.
Venezuela se sacudió las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez y está cerca de quitarse de encima al Cartel de los soles y sus testaferros, gracias a la nteligencia política de María Corina Machado, Edmundo González y sus equipos para leer el momento de cambio anhelados por una mayoría aplastante de venezolanos y diseñar un mecanismo que cerró las puertas al fraude y las mentiras consecutivas, cuando los vándalos se vieron derrotados.
El razonamiento bien intencionado de esos cubanos obedece, en parte, a la vieja teoría del dominó, si Maduro cae, detrás caerá la casta verde oliva y enguayaberada; tesis que se puso de moda en los 90, con la desaparición de la URSS.
Pero Cuba es otro país, sin elecciones pluripartidistas desde 1959 y con un gobierno jinetero que implantó la explotación de médicos por la revolución y que esquilma a la solidaria emigración.
Los cubanos debían aprender de María Corina y Edmundo, de los promotores de la concertación chilena que derrotó a la dictadura de Augusto Pinochet y evitar dar lecciones a otros.
Todo esfuerzo baldío, conduce a la melancolía y las respuestas emocionales a desafíos políticos, implican el riesgo de convertir a sus promotores en doctores Liendre; de todo saben y opinan, pero de nada entienden. Cualquier indeseable coincidencia involuntaria con Limonardo y Cara de globo es fruto de la educación totalitaria, que traumatizó a tres generaciones de cubanos.