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SIGUEN GOTEANDO COMO MANGO PODRIDO

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Murió otro. Y no cualquiera. Juan Antonio Rodríguez Pérez, General de Brigada de la Reserva, miembro histórico de esa fauna uniformada que desde hace seis décadas se ha encargado de apuntalar los pilares podridos de la dictadura castrista.

A sus 77 años, el General pasó a mejor vida —o peor, eso depende del tribunal moral que le toque— sin haber visto ni un centímetro cuadrado del país prometido en 1959.

Dicen que en sus últimos años era asesor para transportaciones de carga en el Ministerio de Transporte. Cargo que en el diccionario del castrismo traduce: “te mantenemos enchufado hasta la muerte, aunque no muevas ni una caja de fósforos”.

Pero antes de ese retiro elegante, Rodríguez Pérez ocupó altos cargos en el Minfar, en áreas de retaguardia y logística. Esto es como decir: control total sobre lo que se mueve, se almacena y se reparte en la Cuba en ruinas. Ojo, la logística no era para el pueblo. Era para garantizar al buró político su cuota de whisky, sus carros con aire acondicionado, y sus aviones privados rumbo a Caracas o Moscú.

Murió en silencio, sin honores de calle, sin lágrimas populares y sin que nadie lo recordara más allá de los pasillos del Consejo de Defensa o de los depósitos donde se almacenaban las migajas del régimen. 66 años después del supuesto triunfo revolucionario, este General se fue igual que sus colegas. Se fue sin haber construido ni el zaguán del “socialismo próspero y sustentable”, pero con un expediente lleno de obediencia, represión silenciosa y complicidad institucional.

Él, como muchos otros, no torturó con sus manos, pero sostuvo el andamiaje logístico de una dictadura que ha llevado a millones a la desesperanza, al exilio o a la tumba. Era de esa generación que aprendió que la obediencia paga más que la conciencia. Y así vivió: obedeciendo, callando y cobrando.

La muerte de Juan Antonio Rodríguez no cambia nada. Pero recuerda mucho. Nos recuerda que siguen muriendo los de la vieja guardia sin ver la utopía que vendieron. Nos recuerda que ni con todos sus títulos militares, medallas ni cargos estratégicos, pudieron construir un país digno para los cubanos de a pie. Y nos recuerda, sobre todo, que ninguno de ellos ha rendido cuentas por el desastre que ayudaron a sostener.

Uno menos. Pero el régimen sigue intacto. Y los que aún respiran desde esas butacas del poder saben que el reloj les está descontando segundos. A ver si tienen la decencia de construir algo antes de seguirse muriendo sin haber hecho nada.

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