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Eduardo Díaz Delgado
La Habana.- Sí, es sarcasmo. Cuba está dirigida por un hombre que no tiene pueblo, no tiene carisma, no tiene discurso, no tiene siquiera la decencia de fingir dignidad. Miguel Díaz-Canel es el presidente de nadie. No llegó por aclamación, no arrastró multitudes, no inspiró una sola ovación genuina. Apareció como un extra en los actos de Raúl Castro, como un telonero sin talento que nunca supo que el micrófono era solo decorativo.
No impone respeto. Da pena. O peor: roña al verlo hablar, escuchar su voz. Cada intento suyo por parecer comprometido es un sketch fallido: trabajos voluntarios que parecen parodias de sí mismos, discursos que oscilan entre lo absurdo y lo infantil, frases dignas de un matutino de primaria.
Está ahí porque lo pusieron ahí. Y no es una metáfora. Raúl Castro lo presentó en la Asamblea como quien lanza al escenario a su marioneta favorita: “Este es el tipo, voten por él”. Y votaron, claro, como siempre. No porque convenciera, sino porque estaba decidido. Porque en Cuba no se elige, se obedece.
Canel no se debe a su pueblo. Ni siquiera finge deberse. Su único mandato real es custodiar los privilegios de quienes lo sentaron en esa silla prestada. Es un administrador servil del botín revolucionario, un celador de los lujos de los mismos que saquearon el país. Por eso habla de resistencia mientras los cubanos buscan qué comer entre la basura, mientras reconoce —porque ya no puede ocultarlo— que la miseria ha crecido de forma obscena bajo su mandato.
Y eso que prometió que no habría crisis. Pero claro, prometer es su único talento. Lo peculiar es que su historial de promesas tiene una exactitud matemática: todo lo que dice que va a pasar, no pasa. Y todo lo que asegura que no pasará, ocurre. Es como una brújula rota que señala siempre el desastre.
Si el pueblo pudiera decidir, si el pueblo se decidiera, lo sacaría volando de ahí con una patada que dejaría estela. Sería hermoso ver ese despegue involuntario, ver cómo cae el decorado de cartón piedra, cómo se sacuden de encima a este gerente gris que ha presidido la ruina, la desesperanza y la burla.
No hay nada más trágico que un país arrastrado por un hombre que no mueve a nadie.
PD. Dirige un gobierno cuya asamblea la gente quiere que dimita en masa, si no crees, pregunta.