Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Max Astudillo ()

La Habana.- La pregunta ya no es descabellada. Ni exagerada. Ni siquiera provocadora. Basta mirar los números, las calles, los botes, las cárceles, los apagones, los muertos de hambre y los hambrientos de poder.

Cuba se desmorona a pedazos, como se desmoronó Haití, como se desmoronan todos los países cuando la miseria y la represión se dan la mano y deciden bailar juntas hasta el final.

Los expertos hablan ahora de «haítianización» —un término feo para una realidad aún más fea—, y Cuba cumple, punto por punto, con todos los requisitos para convertirse en el próximo estado fallido del Caribe.

El gobierno insiste en que esto es una «crisis temporal», como si el colapso económico, la violencia desatada y el éxodo masivo fueran un mal día en la oficina.

Los economistas no mienten: el PIB cubano se contrae más rápido que las libertades, la inflación roza el 300%, y el salario mínimo equivale a menos de una decena de dólares al mes.

Calle de La Habana atestada de basura

Haití, antes de caer en el abismo, también tuvo sus tecnócratas negando la evidencia. También tuvo sus generales sonrientes mientras el país ardía. También tuvo sus intelectuales bien alimentados hablando de «resistencia» desde sus casas con generadores.

El auge de la violencia

La violencia, como en Haití, ya no es solo cosa de delincuentes. Ahora es cosa de todos. Los ajustes de cuentas entre bandas, los robos a mano armada, los linchamientos populares, los asesinatos por un paquete de arroz.

El Estado, que durante décadas se jactó de controlarlo todo, ya no controla ni sus propios cuarteles. Las fuerzas represivas siguen siendo eficaces —brutalmente eficaces— para golpear a un periodista o a una madre que pide leche, pero son cada vez más incapaces de detener el caos que ellas mismas ayudaron a crear.

La élite cubana, como la haitiana en su momento, vive en otra dimensión. Mientras el pueblo revuelve la basura, ellos importan whisky escocés y construyen mansiones con dinero público. Mientras los hospitales se quedan sin medicinas, ellos se operan en clínicas privadas en Panamá.

Mientras el país se apaga, ellos tienen generadores que rugen como bestias bien alimentadas. Es la misma lógica que convirtió a Haití en un infierno: unos pocos comiendo hasta reventar, y una mayoría luchando por no ser devorada.

Los Duvalier no prometieron el paraíso, los Castro sí

El éxodo, como en Haití, es la última señal de alarma. Los cubanos ya no huyen solo por política; huyen porque no hay comida, porque no hay luz, porque no hay futuro.

Haitianos cocinan con leña en la calle, como los cubanos

En 2023, más de 400.000 cubanos llegaron a Estados Unidos —una cifra que supera a la crisis de los balseros de los 90.

Haití también se vació así, despacio, en balsas, en aviones, en caravanas de desesperados. Ahora le toca a Cuba.

La gran diferencia, quizá, es que Haití nunca tuvo una revolución que prometió el paraíso. Cuba sí. Y ese es el drama: el paraíso se convirtió en una cárcel, la revolución en una cleptocracia, y el futuro en una pesadilla que se parece demasiado a Haití.

Los cubanos lo saben. Por eso se van. Por eso luchan. Por eso, cada día más, se preguntan: ¿Será esto lo que nos espera? ¿Será Cuba el nuevo Haití del Caribe? La respuesta, por desgracia, ya está escrita. Solo falta leerla.

Deja un comentario