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Por Carlos Cabrera Pérez ()
Majadahonda.- Tres años más tarde, Cuba sigue con la herida abierta del 11J, que fue el cuarto tajo entre dictadura y gobernados, de los que unos 800 siguen presos en las cárceles chiquitas, mientras que el resto de los habitantes de la isla-calabozo, siguen vigilados por la devaluada Seguridad del Estado, que pasa por sus peores momentos desde aquel lejano 1959.
Para sazonar la psique colectiva en los días previos a la efemérides, la casta verde oliva y enguayaberada sacó a la luz a un cubano detenido desde diciembre, cuando desembarcó en la costa norte, a bordo de una moto de agua, un fusil, cinco pistolas y las balas que cupieron en un poco de cristal.
Ninguna tiranía, por totalitaria que sea, consigue imponer a la sociedad, lo que la masa no acepta y además de tener que dar marcha atrás a sus tristemente célebres Lineamientos económicos y soportar pequeñas protestas locales por daños generales como la falta de comida, medicinas, luz y agua.
El 11J fue un auténtico aldabonazo popular, sin coordinación ni inspiración política, por eso sorprendió a la mandancia -como reconoció el general (r) Fabián Escalante Font en una artículo sobre la rebelión que estrenó al ejército -el mismo que había sido el pueblo uniformado- en represor de obreros, campesinos, jóvenes y mujeres.
Ahora, la tropa del FARINT se parece más al pueblo porque las solitudes de bajas se acumulan en las direcciones de Cuadros de las FAR y el MININT y muchos pasan hambre de comida, alimentos, medicina, agua potable y luz, pero temen a un estallido porque no saben cómo reaccionarán los reprimidos y la masa acéfala contra ellos.
Una mayoría de cubanos dejó de creer, hace ratón sin queso, en la epopeya martirizante, y ahora se consagra a sobremorir escondiendo sus verdaderos sentimientos e inventando por la izquierda; hasta el extremo que los opresores han tenido que elevar las penas de cárcel por un cartel antigubernamental, un pedacito de carne o un puñado de azúcar; mientras cada aglomeración pública se convierte en un dolor de cabeza para el aparato represivo, de ahí, la rapidez con que actúan sus efectivos, como ocurrió en el desalojo de la protesta de viajeros en el aeropuerto de La Habana, cuando no pudieron volar a Colombia.
Tajo 1, 1968. La ofensiva revolucionaria y el apoyo de Castro a la invasión del Pacto de Varsovia contra Checoslovaquia. La primera consolidó la política de empobrecimiento y desigualdad; la segunda consolidó la subordinación total a la URSS.
Tajo 2, 1975-80. La guerra de Angola y la estampida de Mariel. El gobierno puso en marcha la expedición militar y comercial más larga en África y la familia cubana debió asumir el riesgo de asumir la muerte de uno de los suyos en suelo remoto. Las visitas de la hasta entonces gusanera, abrió los ojos a muchos cubanos, que optaron por largarse, los pioneros asaltaron embajadas y Castro, en un error de cálculo suicida retiró las postas, el resto es conocido.
Tajo 3, 1990-94. Crisis económica, Maleconazo y Crisis de los balseros. La extrema dependencia cubana de la Unión Soviética y el CAME provocó una caída del 45% del PIB, tras la desaparición del campo socialista, cuando el Kremlin dejó de pagar el abultado alquiler por el uso del portaaviones a 180 kilómetros de la coste este de Estados Unidos, Castro -siempre renuente a la concesión por su moral jesuita- se encontró con protestas populares en los aledaños del Malecón y abrió la vieja válvula de escape, que puso a a miles de cubanos en marcha hacia el permanente ideal, Miami.
En 2021, ya no vivía Fidel, Raúl estaba jubilado y debió volver a poner un pie en el estribo, pero solo era una metáfora mambisa porque ni siquiera fue capaz de liderar el embullo Obama, dejando pasar la oportunidad de su vida y convirtiéndose -de facto- en el principal impulsor del 11J, por sus dudas y vacilaciones para asumir de manera oficial el programa de la calle, harta de vivir sin libertad, en la posposición y el sacrificio.
El presidente Díaz-Canel y su tropita son meros burócratas, cuadros del machadismo desventurado, que ni ilusionan ni contagian; de ahí la catarata de boberías solemnes que protagonizan y su descomunal talento para mostrar su incapacidad a todos los cubanos; aunque periodistas y escritores a sueldo, gusañeros y Agentes de influencia insistan en que el mandatario y los suyos tienen las manos atadas por los militares, siendo formalmente el comandante en jefe.
Díaz-Canel ni siquiera ha podido cumplir el pacto con Estados Unidos y el Vaticano para liberar a los presos políticos del 11J, acuerdo que se frustró porque pretendía desterrar a la mayoría y, los negociadores extranjeros, dijeron que esos “muchachos debían estar en sus casas”.
Los altos jefes militares son ancianos que no desean la más mínima complicación, pero no encuentran el momento propicio para soltar el muerto a la camada de cadetes y camilitos prosirios que están viviendo los mejores años de sus vidas, incluidos los gadesianos, esos Chicago´ s Boys de plastilina que juegan al Monopolio con dinero que no es suyo y que han cosechado estruendosos fracasos en las finanzas, el turismo, la logística y la náutica.
El macro puerto de Mariel sin barcos y los hoteles de lujos vacíos son la mejor muestra de la torpeza de los gerentes del pan con na; meros vampiros de remesas; atropello ya superado por la viveza cubana y la dinámica mercantil, que jamás ha dejado de burlar prohibiciones y absurdos.
El trágico 11J deslegitimó el simulacro renovador de Díaz-Canel, ese muchacho de Santa Clara que parece noqueado por la sucesión de fatalidades que lo acompañan desde que su padrino lo premió con la rifa del guanajo; el presidente empezó hablando de socialismo próspero y sostenible y ha acabado boqueando en la resistencia creativa -que nadie sabe lo que es- y hasta ha conseguido organizar y fomentar una oposición fidelista que -periódicamente- le recuerda en el blog de Silvio Rodríguez que con Fidel estas cosas no pasaban y que cualquier tiempo pasado fue mejor, que es una fantasía animada de jubilados con carné y sin carne.