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Por Luis Alberto Ramírez ()
Miami.- La pregunta sobre si Cuba está próxima a un cambio resuena con fuerza entre analistas y ciudadanos. La respuesta más convincente no apunta a un giro de sistema ni a una transición hacia la democracia, sino a una reconfiguración interna del poder, dirigida a preservar el control por parte de los verdaderos mandos: la vieja guardia revolucionaria y la élite militar.
La situación en Cuba ha llegado a niveles críticos. La crisis económica se ha agudizado, con una inflación descontrolada, desabastecimiento crónico, apagones frecuentes y un creciente descontento popular. El modelo político-económico vigente ha perdido toda capacidad de respuesta, y su narrativa revolucionaria ya no convence a una ciudadanía harta de sacrificios. En este escenario, el régimen necesita una válvula de escape.
Lo que parece avecinarse no es un cambio de sistema —es decir, una transición hacia la democracia o el pluralismo político— sino un cambio estructural interno que simule una renovación sin alterar la base del poder. La estrategia consistiría en encontrar culpables visibles dentro del aparato político para canalizar la ira popular, mientras se preserva la autoridad real en manos de la cúpula militar y del propio Raúl Castro, quien, aunque retirado formalmente, sigue siendo el eje de decisión.
La historia reciente ofrece un antecedente claro: en 1989, el régimen utilizó el escándalo del general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia como mecanismo de purga interna. Aquella fue una jugada de fuerza y cálculo político, destinada a reafirmar el control del poder mediante un castigo ejemplar. Algo similar podría repetirse. Hoy los señalados serían figuras visibles como el presidente Miguel Díaz-Canel y el primer ministro Manuel Marrero. Su sacrificio simbólico serviría para limpiar la imagen del castrismo y reforzar la narrativa de que los problemas no son del sistema, sino de individuos “corruptos” o “ineficientes”.
Detrás del teatro político, el verdadero poder en Cuba lo ejerce una junta militar compuesta por históricos octogenarios de la revolución y por generales con intereses económicos en sectores clave (turismo, comercio exterior, biotecnología). Esta cúpula es hermética y pragmática, y ha demostrado estar dispuesta a sacrificar piezas del tablero para conservar el juego. El mantenimiento del orden social, a cualquier costo, sigue siendo su prioridad absoluta.
El cambio estructural que se avecina tendrá como principal propósito evitar una protesta generalizada o un estallido social. La experiencia del 11 de julio de 2021 dejó claro que la represión por sí sola no es suficiente. Por tanto, el régimen podría optar por ofrecer “cabezas” a la población como forma de apaciguamiento, al tiempo que fortalece el control sobre el discurso público y limita cualquier espacio de disidencia real.
Un cambio parece inminente en Cuba, pero será un cambio cuidadosamente calculado por el poder real para mantener su hegemonía. Se tratará de una purga interna, no de una reforma auténtica. El sistema seguirá siendo el mismo, con un nuevo ropaje, pero con la misma arquitectura de poder.
La historia puede repetirse, pero bajo una nueva máscara. La clave estará en que los cubanos logren diferenciar entre un cambio cosmético y una verdadera transformación, porque no necesitamos un nuevo collar, sino otra raza de perro.