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Por Edi Libedinsky
Buenos Aires.- En la mañana del 25 de septiembre de 2000, Kevin Hines, de 19 años, caminó con pasos pesados hacia el puente Golden Gate, en San Francisco. Libraba una batalla silenciosa contra el peso del trastorno bipolar, abrumado por una oscuridad que ya no podía contener. De pie al borde, observó el agua agitándose debajo de él mientras el tráfico pasaba, ajeno a la guerra que se libraba en su interior. Luego, en un momento de desesperación, trepó por la barandilla y saltó.
Kevin se precipitó a más de 120 kilómetros por hora (75 mph), cayendo el equivalente a un edificio de 22 pisos. El impacto le destrozó tres vértebras de la espalda; sintió cómo su cuerpo se rompía incluso antes de tocar el agua. Contra todo pronóstico, sobrevivió.
Pero la supervivencia no significó seguridad inmediata: paralizado de la cintura para abajo, luchando por mantenerse a flote en la gélida bahía, agonizaba y se ahogaba tanto en el agua como en el arrepentimiento. «En el momento en que mis manos soltaron la barandilla», dijo más tarde, «supe que había cometido un terrible error. Quería vivir».
Entonces, algo milagroso sucedió. Kevin sintió una presencia debajo de él, algo grande y gentil que lo elevaba hacia la superficie. Testigos en la orilla confirmaron más tarde que no era un tiburón, como él temía, sino un león marino que permaneció debajo de él, empujándolo y manteniéndolo a flote hasta que llegó la Guardia Costera.
Ese momento cambió a Kevin para siempre. No solo sobrevivió a un intento de suicidio, sino que se le concedió una segunda oportunidad en la vida. Se convirtió en un poderoso defensor de la salud mental, compartiendo su historia por todo el mundo y escribiendo Cracked, Not Broken. Lo que intentó acabar con su vida se convirtió en el comienzo de su misión: ayudar a otros a aguantar un momento más, en caso de que ese momento sea el que lo salve todo.