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ROCK, FÚTBOL, LIBROS Y OTRAS DISIDENCIAS

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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
Toronto.- Hasta mediados de los ’80 no tuve conciencia de la doble realidad que se vivía en Cuba. Nunca había escuchado hablar de los paredones de fusilamiento, de la UMAP, de los presos políticos. La gente intentaba ser feliz a pesar de la escasez, la permanente confrontación con los vecinos del Norte y la ruptura familiar.
Para 1985 llegarían las primeras señales, intuía que algo andaba mal en un país en el que se sancionaba a un joven por llevar el pelo largo, por escuchar música rock o por confesar su Fe religiosa. Una imprecisa rebeldía fue tomando forma, pero no sabía contra qué o contra quién debía apuntar.
Mi temprana afición por el inglés, el rock y el fútbol de la RFA me fue empujando en el sentido contrario a la hoja de ruta que marcaban la UJC y el resto de organismos que dirigían y controlaban todo el entramado social. Dejé de ser un estudiante ejemplar, abandoné el instituto militar (“Camilitos”) y poco faltó para ser expulsado del Pre-Universitario y perder el derecho a ingresar en la universidad. La milagrosa intervención de un amigo, Renay, me salvó de la sanción y sus consecuencias.
Terminé la Universidad, comencé a trabajar y formé una familia. Aquellos aires perestroikos que terminaron echando abajo el Muro de Berlín y desarmando la URSS no llegaron a La Habana. A Cuba le esperaba una época oscura, el viejo Dictador nos impuso el “Período Especial”. Algo de razón tenía, fue una etapa especialmente miserable por el hambre generalizada, los apagones de 12 horas y la represión; especialmente trágica porque obligó a miles de compatriotas a tirarse al mar en busca de una oportunidad a riesgo de sus vidas. Cuba seguía desconectada, olvidada, a la deriva.
Algo había que hacer, algo hice. Ya no era un simple crítico del sistema, ya no quería seguir hablando en voz baja. Pese al miedo y el aislamiento decidí por la Oposición abierta al Castrismo. La primera vez que fui detenido por problemas políticos no fue por motivos políticos, fue por el fútbol. A Cruces le tocó su “Tribuna Abierta” en el 2002. Un acto político que buscaba la movilización ciudadana y sacudir la apatía de la gente que ya parecía cansada de promesas, consignas y trincheras.
Decidieron que el acto se realizara en el Campo de Futbol, ése que, entre un grupo de amigos, habíamos recuperado del abandono y el marabú y con nuestros recursos habíamos limpiado, nivelado, regado, marcado y cortado su césped ya casi parejo. Dieron el visto bueno para abrir huecos, clavar estacas, poner nuevas marcas sobre el terreno. La ira y la indignación pudieron más que el miedo. Protesté, critiqué, maldije y me cagué, en voz alta y en cada esquina del pueblo, en la Mesa Retonta, en la Tribuna Abierta, en el PCC, en el Socialismo y en toda la dirigencia política del país, empezando por Fidel Castro.
El sábado señalado se apareció en mi casa la Gestapo criolla (G-2), me llevaron a su sede, me interrogaron, trataron de intimidarme y dejaron en una celda hasta que terminara el mitin robolucionario. No querían correr el riesgo de que alguien les echara a perder el espectáculo frente a los generales y comandantes.
Después siguieron otras detenciones, la casa vigilada, la expulsión del trabajo, las amenazas. Los crímenes por los que sería perseguido fueron recoger firmas para el Proyecto Varela, prestar libros de Carlos A. Montaner, Hubert Matos, Mario Vargas Llosa, Reinaldo Arenas o Guillermo Cabrera Infante, organizar una reunión con amigos, o por poner un sticker en la puerta de mi casa con un anuncio inadecuado: Yo no coopero, Yo no chivateo, Yo no soy comunista.
Y es que la mayoría de los cubanos hemos nacido y vivido en un país en el que la mentira, la censura y la represión formaban, y forman, parte de lo cotidiano. Nuestro paisaje es un calidoscopio monocolor en el que se suceden hasta el infinito colas, juegos de pelota, apagones, congas callejeras, derrumbes de edificios, desfiles y carrozas. Pocos se cuestionan el fraude escolar, las listas negras de artistas, la vida privilegiada de la familia Castro-Ruz o las escuelas en el campo.
Nos han dejado una nación donde se alternan carnavales y actos de repudio con total naturalidad, en el que la mayoría de los trabajadores asisten al 1 de Mayo al tiempo que roban los recursos del Estado Socialista. En la Cuba de esos años ’60, ’70 y ’80 era una falta grave usar un crucifijo o mostrar rasgos de homosexualidad, se podía ir preso por comprar carne de res o por tener unos dólares en el bolsillo, era prohibido escuchar a Celia Cruz o leer a George Orwell, la gente se podía buscar serios problemas por decir la verdad o criticar a un dirigente.
Estamos tan habituados al maltrato y la estupidez que todavía muchos creen que la Peligrosidad Pre delictiva está recogida en los códigos penales del resto de los países. No se exagera cuando se habla de Isla-Cárcel pues el único sueño que alimenta a millones de compatriotas es el mismo que el de un prisionero: escapar, escapar, escapar. Ya nadie cree en un futuro luminoso ni en las estadísticas que amplifican el cumplimiento de planes o la baja mortalidad infantil. Todo aquel que puede, intenta o planifica escapar, escapar, escapar.
En este 2024, en las cárceles de la Dictadura Comunista, están cumpliendo injustas condenas más de mil cubanos, la mayoría jóvenes menores de 30 años, por ejercer un derecho reconocido en toda democracia: El derecho a protestar, a manifestarse y exigir soluciones a los graves problemas que enfrenta la sociedad. Las vejaciones y maltratos que sufren los prisioneros políticos en Cuba van desde la mala alimentación, la negación de asistencia médica, las golpizas, la cancelación de visitas familiares hasta el aborto forzoso de mujeres embarazadas como el caso de Lisdany Rodríguez Isaac.
Ser disidente en Cuba conlleva todo tipo de riesgos, incluido el asesinato. Los nombres de Pedro Luis Boitel, Orlando Zapata Tamayo, Laura Pollán y Oswaldo Payá Sardiñas forman parte de una extensa lista de la violencia castrista. A pesar de la crueldad de los castigos, de la complicidad de otros gobiernos e instituciones, y de la cobardía y el silencio infame de una parte de nuestra propia gente, la voz de la Oposición no ha podido ser silenciada.
Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo y José Daniel Ferrer corren el riesgo de ser los próximos Alexei Nalvany. ¡Habrá que hacer todo lo posible, y lo imposible, para lograr la excarcelación de todos esos hombres y mujeres, cuyo único delito ha sido gritar Libertad, Libertad, Libertad!

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