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Por Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- El matancero Roberto Veiga Menéndez (1936-2024) fue el primer miembro del Buró Político en conocer a Mijaíl Gorbachov, convirtió la CTC en una ágil recaudadora de divisas y fue coherente hasta su muerte, que le llegó en pleno olvido.
Los medios de prensa estatales tardaron 48 horas en dar la noticia, repitieron una foto suya en la que aparece entre Raúl y Fidel Castro Ruz, pues apenas deben quedar imágenes suyas, y la CTC ocultó su último puesto laboral como obrero de una fundición en su natal Matanzas.
Asistiendo en Moscú a una reunión de la Federación Sindical Mundial (FSM), de la que Cuba ostentaba una vicepresidencia, se projujo el ascenso de Mijaíl Gorbachov al poder y el cubano fue recibido en los días siguientes, desatando la lógica curiosidad de Fidel Castro, a quien rindió un pormerizado informe sobre el contenido de la entrevista y los planes renovadores del nuevo jefe del Kremlin.
Fidel -levantándose de su silla- pronosticó el fracaso de la perestroika, que acabó desmerengando al comunismo europeo y arruinando a Cuba.
A Veiga le tocó modernizar la histórica CTC, con el añadido de que relevaba al carismático Lázaro Peña González, que apenas pudo gestionar la central sindical debido al cáncer que acabó matándolo en 1974. Sabiendo que no podía ni debía competir en popularidad con su antecesor, se consagró a expandir las relaciones internacionales; ayudado por el inquieto Jesús Escandell, y convirtió la organización en una eficaz recaudadora de divisas para la revolución; ganándose el aprecio de los Castro Ruz.
Veiga supo ver que la FSM era un caballo muerto a la orilla del Moldava y estrechó lazos y consiguió financiación de entidades sindicales de Europa Occidental, Hispanoamérica y Estados Unidos.
Además, tuvo que lidiar con los bandazos económicos habituales del comandante en jefe, que un día apoyaba las reformas impulsadas por Humberto Pérez González y su equipo; con el apoyo del entonces ministro de las FAR, y otro los llamaba merolicos que pretendían construir el socialismo con métodos capitalistas.
El período 1974-1989 es uno de los más controvertidos del castrismo y su historia sensata aún está por escribirse, abarcando objetivamente hitos como el primer congreso del partido comunista, la invasión a Angola, la retirada en secreto del apoyo de la URSS, la presidencia de los NOAL, el colpaso de la Embajada de Perú y la estampida de Mariel, la derrota en Granada, el Sistema de planificación y dirección de la economía, el Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, los fusilamientos del verano saturniano y la caída del Muro de Berlín.
Como aplicado militante del 26 de julio, Veiga sabía que la mejor manera para lidiar con el jefe espiritual era conociendo los fundamentos jesuitas, la mejor herramienta para sobrevivir en la selva verde oliva.
Ni siquiera cuando Fidel lo invtaba a pescar en Cayo Piedra, Veiga se confiaba y -para no ser anzuelado ni devorado como Jonás- se encomendaba al panteón jesuitico; entre confesiones, langostas grillé y audiciones de casetes de Guillermo Álvarez Guedes.
El comandante en jefe pensó en él como embajador en Moscú, durante la regresión de Unión Soviética a Rusia, pero el elegido no aceptó y se fue quedando en el limbo habitual de la ECOTRA; desoyendo a pragmáticos que le aconsejaban, solicitar una entrevista con el máximo líder para pedirle un cargo.
Una vez convencido de que su ciclo político estaba agotado, y tras gestionar un par de consulting promotores de inversiones extranjeras -escaramuza de moda- permutó su casa de Miramar por una en Matanzas y allí volvió para sufrir el recelo oportunista de quienes lo creían apestado y que estuvieron a punto del infarto, cuando Raúl Castro preguntó por Veiga en una reunión del partido provincial.
La pregunta del Dos desató las especulaciones y aquellos que hasta ese día lo evitaban, empezaron a buscarlo; dando por hecho que asumiría la dirección del partido; donde ya había estado, durante el mandato de Papito Serguera.
Una vez despejada la incógnita de la indagación raulista, Vega se fue a trabajar a un pequeño taller de fundición; volviendo a sus orígenes metalúrgicos, sin una queja y sin ningún reconocimiento oficial a su coherencia.
La edad y el desencanto con el orden jesuita imperante -que jamás manifestó en público- lo enfermaron y jubilaron hasta su muerte este 29 de agosto; cuando la prensa oficial tardó dos días en reaccionar y la CTC ocultó su último puesto laboral.
Curiosamente, la dictadura del proletariado más vieja de Occidente padece un complejo antiobrero notable; como se se avergonzara de los proletarios; aunque ya lo aclaró San Ignacio de Loyola: «Para aquellos que creen, ninguna prueba es necesaria. Para aquellos que no creen, ninguna cantidad de pruebas es suficiente».