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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Confieso que no soy de frecuentar restaurantes. No hay «estilla» que se aguante a ese palo.
Pero he observado una especie de hábito en los restaurantes privados que me sorprende, siendo cubiche y habiendo viajao mi poco: el porciento adicional por servicio que oscila entre un 10 y un 15 por ciento.
A ver, a ver. El precio de un servicio gastronómico incluye en el precio de cada plato, todos los gastos en los que se incurre: el producto, los condimentos, la electricidad, el agua, los cocineros y los dependientes y cuanta cosa interviene en ese plato.
En cuanto a la empleomanía, el dueño, o quien sea, está en la obligación de pagar adecuadamente al empleado. No pagarle tres dólares al día y que se las arreglen con el famoso por ciento.
Les cuento algo: el servicio generalmente es DEFICIENTE.
Hay varios motivos para eso. La falta de cultura gastronómica, la ausencia de «oficio» (incluyendo la transmisión generacional), la inestabilidad de la mano de obra que se dedica a esto, la falta de estándares internacionales dentro del país.
No creo haber ido a un restaurante en Cuba que se salve. Por muy buenos que sean.
El detalle, la excelencia, no existen. Y el «buen servicio»… Dominar el arte gastronómico requiere dedicación, esfuerzo, talento… Tantos como el que tiene que desplegar el que se sienta a una mesa a comer par tener el dinero para pagarlo.
Puede que a su chief de cocina (capacitado, un fiera, la ultraciencia de la cocinería mundial) usted le pague lo que vale (que lo dudo, pero bué).
Eso es lo que usted cobra en su plato pero el resto del engranaje no tiene lo mismo. Cuando usted mete el famoso porciento… Hace pagar a justos por pecadores.
Por otro lado… Páguele a su gastronómico lo que vale su trabajo. Con justeza. Y cóbrelo en el precio de los platos.
No haga parecer que los precios son más baratos sencillamente porque usted no le paga bien a sus empleados.
No haga descansar su obligación en un artilugio importado de lugares donde es otro el mecanismo.
Pague. Deje la tacañería. Que la decencia de lo que cobra su mesero no dependa de su gestión de ventas.
No hay nada más lindo que pagar la cuenta y decirle a un gastronómico: «ahí va lo tuyo, no me des cambio», sin que venga obligado en el papelito. Su servicio no lo evalúa usted, sino yo.