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Por Joaquín Artiles ()
Santa Clara.- En los últimos tiempos me he percatado de la supuesta desaparición del pan de bola. Hace unos meses llevaba la voz cantante en mi barrio. Unos doce vendedores se adueñaban de los amaneceres y los despertares, con pitos o sin ellos.
«El pan de bola. Suavecito el pan», «Calentica la bola» «Panadero, la bola» (va quirivá quirivá… no puedo evitar acordarme de las transmisiones de la pelota).
No recuerdo el día exacto en que dejé de escuchar mencionar al pan de bola. Quizás no fue destituido así, de golpe. A lo mejor fue un proceso lento y callado. Puede ser lo hayan demovido del cargo y pasado a una plaza de menor categoría.
Lo cierto es que desapareció. Reconozco sus errores. Era frío, calculador, vano. Cometió irregularidades graves como la de presentarse como nuevo, no mostrar virtudes, no ser un ejemplo para la masa. ¡Bien demovido está!
El cargo lo ocupó el pan de telera. Pululan igualmente los panaderos y dicen de éste lo que decían del tronado. Le llaman rico, caliente, nuevecito. Tal parecen proxenetas ofreciendo prostititos. «La telera, caliente la telera», «El pan de telera. No compre pan viejo. Revise el pan».
Este último muestra un nivel de combatividad tremenda y a la vez lo hace hasta un poco chivatón. Según escuché, los demás vendedores no le hablan.
Debo reconocer que telera y bola son la misma mierda. No sé cómo lo logran los panaderos pero tienen más aire que harina de trigo. Ya no tengo dudas. Desaparecieron a la bola por gusto. Y éste que se prepare porque, de seguro les digo, algún otro pan ya está afilando sus colmillos para tumbarlo del caballo de la bicicleta del vendedor.