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Por Jorge Sotero
La Habana.- Contrario a lo que suele ocurrir en todos los países del mundo, o en muchos de los que tienen sistemas presidencialistas, en Cuba no es Miguel Díaz Canel quien lleva las riendas, a pesar de que es quien pone la cara en reuniones internacionales y funge como «niño de azotes» para justificar la ineficacia del régimen, algo que a él le importa poco, porque está adaptado a eso desde que era dirigente del partido comunista en Villa Clara.
El poder absoluto tampoco lo tiene la Asamblea Nacional ni el Consejo de Estado. Ambos estamentos, bajo la égida de Esteban Lazo, son apenas objetos decorativos para que el mundo crea que en Cuba hay elecciones. Unos comicios en los cuales se eligen a los diputados y luego, de estos, salen ‘democráticamente’ las propuestas para dirigir las principales instituciones del país, incluyendo la propia Asamblea y el propio Consejo de Estado.
Tampoco mandan las Fuerzas Armadas ni el Minint. Los generales de ambos organismos son demasiado ‘ratones’ para imponerles condiciones a nadie. Es más, asumen sumisamente lo que viene de arriba, sin chistar, sin pero alguno, como corderos, porque tienen un miedo atroz a que las instituciones de control interno descubran que tienen alguna intención oculta y los manden por 30 años a alguna mazmorra, o lo que sería peor, que los pasen por las armas, como hicieron con Arnaldo Ochoa y dos o tres más que fusilaron, o los dejaron morir en prisión, como el caso del todopoderoso José Abrahantes.
Y tampoco manda Raúl Castro. El nonagenario hermano de Fidel Castro apenas tiene fuerzas para ir a alguna sesión de la Asamblea o de los habituales congresos que celebra Cuba. Se levanta temprano y ya no quiere ni que le lean sobre nada de lo que ocurre en el mundo. Se pasa el día en pantuflas y uniforme, y solo espera que a media mañana y al caer la tarde le den la línea de wishky que consiguió que su médico personal le permitiera cada día. A veces se pasa horas en el baño con malestares de estómago, porque sigue con la manía de comer masitas de cerdo fritas y suelen caerles mal.
Cuando le pasan el teléfono, para alguna consulta, el hijo, Alejandro, en una extensión cercana, asiente con la cabeza o niega con ella para que no se equivoque al responder. Otras veces, para aparentar que está al mando, pregunta al teléfono de algún dirigente alguna cosa, pero no es él quien lo hace, sino Alejandro o el nieto loco, el que llaman El Cangrejo, quien también juega a ser el dueño de Cuba.
Los discursos los escribe en familia y un par de coroneles que lo asesoran en esas tareas, pero ya habla tan poco que los pobres tienen tan escaso trabajo que jamás los llaman. Por teléfono, por inspiración propia, habla solo con Machado Ventura, y se niega una y otra vez a coger las llamadas de Ramiro Valdés.
En Cuba mandan los Castro, el hijo y el nieto del anciano exgobernante. Quien piense cualquier otra cosa, está errado.