
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Luis Alberto Ramirez ()
El caso de la jueza cubana Melody González Pedraza se ha convertido en un símbolo de advertencia para todos aquellos que, habiendo servido al aparato represor del régimen cubano, intentan luego reinventarse como víctimas ante las autoridades migratorias de Estados Unidos. Lo que parecía una jugada calculada terminó en un estrépito moral y jurídico: deportada a la misma tierra que ayudó a oprimir, Melody se enfrenta hoy a su propio destino, como un eco inevitable de sus decisiones pasadas.
Durante años, González Pedraza fue parte del engranaje judicial que condenó a jóvenes y menores por el simple delito de pedir libertad. Sus fallos, cargados de cinismo y fidelidad al poder, contribuyeron a destruir familias, sueños y futuros. Pero cuando el régimen dejó de necesitarla o cuando decidió buscar mejores horizontes, quiso borrar su pasado bajo el barniz de una historia nueva: la de una supuesta perseguida política.
Sin embargo, las autoridades migratorias estadounidenses no fueron tan ingenuas. Su expediente, como plomo cayendo en un pozo vacío, se hundió rápidamente bajo el peso de sus propias contradicciones. Lo que para ella pudo ser un trámite más, se convirtió en una caída sin retorno. Y así, la jueza que alguna vez dictó sentencias contra jóvenes inocentes, recibió la más dura de todas: la deportación.
Hoy, Melody vive su propia tragedia griega. El régimen que una vez sirvió la repudia; la diáspora cubana la desprecia. Su figura no tiene asilo posible ni en el cielo ni en el infierno. Está suspendida en un limbo moral donde nadie la quiere, porque en ambos extremos del exilio, dentro y fuera de Cuba, los actos tienen memoria.
Según las últimas informaciones, González Pedrosa estaría bajo investigación por parte de las propias autoridades castristas, que no perdonan ni la desobediencia ni la deserción. La ironía del destino parece cerrarse sobre ella: podría terminar tras las mismas rejas donde antes mandó a los jóvenes disidentes que solo pedían justicia y libertad.
El mensaje que deja su historia es claro y contundente: quien reprime en nombre de una ideología, tarde o temprano será alcanzado por la justicia, ya sea humana o histórica. Que el caso de la jueza Melody González Pedraza no caiga en oídos sordos. Porque mientras existan castristas que crean que pueden pisotear derechos y luego esconderse bajo nuevas banderas, el futuro seguirá cobrando sus deudas. El tiempo, ese juez invisible pero infalible, les dictará sentencia.