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Por Javier Pérez Capdevila ()
Guantánamo.- En el universo de las ideas, cada pensamiento es una estrella que ilumina el firmamento de lo posible. Algunas brillan con la intensidad del acuerdo, otras con el fulgor de la discrepancia.
Sin embargo, todas, sin excepción, merecen formar parte de ese cosmos plural que llamamos sociedad.
Hoy, siento la necesidad de hablar sobre aquellas manos que, temerosas de la luz, intentan opacar constelaciones enteras en nombre de una oscuridad cómoda.
Cuando comparto reflexiones sobre la realidad de nuestro país, siempre desde el respeto, la ética y el rigor profesional, lo hago convencido de que el diálogo es el puente más sólido hacia el progreso.
Mis palabras no son flechas dirigidas a herir, sino semillas plantadas en el terreno fértil del debate. Sin embargo, me duele comprobar que hay quienes, desde posiciones de influencia, ven en esas semillas una amenaza que no es.
No me duele por mí, sino por las más de 15 decenas de personas que se han acercado a mí con disculpas en los labios y frustración en el corazón, obligadas a silenciar su apoyo, a esconder su consenso intelectual.
Me dicen «no puedo dar like a tus publicaciones en Facebook, me lo han prohíbido», o un «no puedo comentar aunque quisiera porque he sido advertido o amenazado».
¿Qué temor justifica amputar el derecho a pensar, a disentir o a coincidir? Cuando se coacciona el libre flujo de las ideas, no se defiende una causa noble; se socava la confianza en ella.
Prohibir un «me gusta» o un comentario no es un acto de fortaleza, sino de fragilidad. Es como intentar detener un río con las manos, donde el agua siempre encontrará grietas.
Al final, quienes insistan en contenerla quedarán exhaustos, empapados por su propia resistencia al curso natural de las cosas.
A quienes se sienten incómodos con mis reflexiones, les digo: no me importa que discrepen. Lo que sí me importa y además me duele, es que utilicen su autoridad para silenciar no solo mi voz, sino la de aquellos que, por miedo a represalias, optan por el mutismo.
¿Acaso no merecemos todos el derecho a escuchar y ser escuchados, a cuestionar y ser cuestionados, sin que eso se traduzca en sospecha o castigo disimulado?
Condeno estas actitudes no por resentimiento, sino por principio. Porque cuando se vulnera la libertad de expresión, aunque sea mediante presiones sutiles, no solo se lastima a individuos, sino que se debilita el tejido social.
Un país que aspira a crecer no puede construirse sobre el monólogo, sino sobre el diálogo inclusivo, incluso incómodo.
Las verdades absolutas suelen ser las más frágiles; las que resisten el viento de la crítica son las que terminan consolidándose.
No puede existir ninguna ley ni ninguna organización por encima de la constitución, ni por encima del derecho humano que es: la libertad de expresión.
A mis amigos, colegas y seguidores que han sido advertidos de no interactuar con mis publicaciones, les digo de todo corazón que comprendo su silencio forzado y no les guardo ningun rencor.
Sé que el miedo es un peso difícil de cargar. Pero les pido que no abandonen su derecho a pensar, a cuestionar, a soñar en privado lo que aún no pueden decir en público.
Las ideas prohibidas hoy, serán inevitablemente, las semillas de los debates necesarios mañana.
Y a quienes insisten en ver en la diversidad de criterios un enemigo, les recuerdo que un jardín donde sólo crece un tipo de flor puede ser ordenado, pero nunca será un ecosistema.
Cuba merece ser ese jardín vibrante, donde cada pétalo, cada color y cada aroma contribuyan a su belleza compleja. No tengo miedo a la discrepancia, tengo miedo al silencio.
Y hoy, como ayer, seguiré apostando por la palabra honesta, no como un acto de rebeldía, sino de amor.
Porque al final, la historia no la escriben los que obedecen ciegamente, sino los que tienen el valor de sembrar preguntas en el terreno de las certezas.
Recordatorio: Constitución de la República de Cuba. Artículo 54. El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión.
Cualquier ley que se oponga o deforme a la Constitución será tan ilegítima como quienes la aprueben.