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Por Yeison Derulo

La Habana.- El ritual de las promesas volvió a encenderse en Cuba, esta vez con Vicente de la O Levy como maestro de ceremonias. El ministro del apagón —porque ya nadie lo recuerda por otro título— salió a decir que 2025 fue “un año tenaz” y que 2026 será “ligeramente mejor”. Esa frasecita, “ligeramente mejor”, es como cuando te dicen que el arroz de la bodega viene menos lleno, pero más blanquito: un intento mediocre de tapar la miseria con un adjetivo. Y uno escucha a de la O Levi hablando de transformaciones energéticas, de soberanía, de autonomía, mientras al cubano promedio le han crecido los colmillos de tanto vivir a oscuras como un vampiro medieval.

El ministro se regodea en lo “difícil” que fue el año: largas horas sin corriente, momentos de 24 horas completas sumidos en la penumbra, la ausencia de combustible más grande “en décadas”. Pero no asume, claro, que esa ausencia no la creó ningún ciclón ni un meteoroide apagón. Se gestó en las mismas oficinas donde hoy él posa para Granma. Y uno escucha su enumeración de desgracias como quien escucha a un pirómano explicar que el fuego estuvo muy caliente, que las llamas avanzaron demasiado rápido, que el humo complicó la visibilidad. Todo sin mencionar que fue él mismo quien tiró el fósforo.

Luego viene la parte donde pretende vender esperanza barata: “Vamos a tener más generación, pero no vamos a eliminar los apagones”. En otras palabras: prepárense, que la función continúa. Las plantas térmicas siguen enfermas, Guiteras necesita una cirugía mayor que posponen como quien guarda un secreto, Felton tiembla cada vez que la encienden y el combustible sigue siendo un convidado ausente. Prometen una disminución de afectaciones, sí, pero la frase suena como cuando alguien te dice que esta vez el machetazo será por la espalda y no por la cara. Un consuelo miserable.

Mientras tanto, el país vive en ese estado de limbo energético que ya forma parte de su identidad. Las ollas se quedan a medias, los niños estudian con linternas, los viejos duermen sudando como si estuvieran castigados en una sauna improvisada. Y el ministro habla de camino nacional, de lucha, de resistencia, de avanzar hacia la soberanía energética, como si el problema fuera épico y no administrativo. Cuba lleva décadas escuchando las mismas palabras, el mismo tono, el mismo molde de justificación. El discurso cambia de vocero, pero nunca de esencia: un cuento sin luz.

Así que de la O Levi pregunta, casi como quien quiere convencerse a sí mismo: “¿Le crees?”. Y uno mira a su alrededor, ve los postes rozándose como esqueletos viejos, escucha el suspiro colectivo de un país cansado y advierte que la respuesta más honesta es la más simple: no. No porque ya no se trata de creer o no creer, sino de sobrevivir a fuerza de resignación. En Cuba ya nadie espera milagros eléctricos. Lo único que esperamos es que, cuando finalmente llegue la noche en la que no se vaya la corriente, alguien avise, no vaya a ser que confundamos la luz con otra mentira del ministro.

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