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Por David Esteba Baró ()
La Habana. – El rechazo abierto de universitarios cubanos a las tarifas de Etecsa —la empresa estatal de telecomunicaciones— encendió alarmas en los niveles más altos del poder en Cuba.
No se trata únicamente de una protesta económica por precios abusivos. Además, es un síntoma claro del deterioro del consenso social entre el Gobierno y un sector históricamente estratégico para su legitimidad: la juventud instruida.
El Gobierno teme a los universitarios no solo por su capacidad crítica, sino por su conexión con el mundo digital. Este segmento de la población tiene acceso a redes, maneja códigos culturales globales y no está atado por las fidelidades ideológicas del pasado.
Son, además, quienes más sufren las tarifas de Etecsa, que obstaculizan su estudio, su trabajo freelance y su vínculo con familiares emigrados.
Cuando expresan ese malestar en plataformas como X (antes Twitter), Telegram o foros universitarios, el régimen escucha ecos lejanos, pero persistentes de la Primavera Árabe.
Durante la Primavera Árabe, las redes sociales jugaron un papel central en la movilización juvenil contra regímenes autoritarios en Túnez, Egipto, Libia y Siria.
Facebook y Twitter no derrocaron gobiernos, pero sirvieron como catalizadores de un malestar preexistente, amplificando demandas, conectando protestas aisladas y erosionando el miedo colectivo.
La comparación en el caso cubano es especialmente inquietante para el aparato de Seguridad del Estado. Los universitarios son los principales usuarios de Telegram, VPNs y canales en línea alternativos. Ellos tienen la capacidad para organizar, documentar y viralizar la crítica.
El rechazo a Etecsa no es solo económico. Se ha convertido en una crítica implícita al modelo estatal centralizado. Los estudiantes exigen transparencia, competencia, acceso libre a la información y participación real en las decisiones que afectan sus vidas.
Tales demandas chocan con la lógica vertical del sistema. En este sistema, el disenso público es visto como traición, no como un derecho ciudadano. Peor aún para el Gobierno, muchas de estas voces críticas provienen de universidades emblemáticas como la UH, el CUJAE o la UCLV. Dichas universidades han sido históricamente pilares del sistema educativo revolucionario.
Hoy, esas instituciones albergan jóvenes escépticos del discurso oficial, frustrados con las carencias materiales y con una fuerte vocación migratoria.
Desde las protestas del 11 de julio de 2021, el régimen ha endurecido su control sobre el ciberespacio. Sin embargo, no ha logrado frenar el malestar digital.
La experiencia del 11J demostró que la combinación de internet libre, indignación y juventud puede traducirse en estallido. Esto ocurre incluso en un país con fuerte control estatal.
Aquella vez, las manifestaciones también comenzaron con demandas materiales (apagones, escasez), pero rápidamente se politizaron.
La protesta actual por Etecsa podría parecer menor en escala. Aún así, se teme que una chispa universitaria encienda una llama más amplia. Esto es especialmente preocupante si encuentra eco en otros sectores como trabajadores de la salud, artistas, o cuentapropistas.
Para el Gobierno de Díaz-Canel, lo peligroso no es solo que protesten por los precios. Más preocupante es que lo hagan conectados, en red, y con conciencia de su poder colectivo.
La Primavera Árabe enseñó que el verdadero punto de quiebre no es el primer tuit, sino el momento en que el miedo cambia de bando. Y en Cuba, ese momento parece estar germinando en las aulas.