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Por Oscar Durán
La Habana.- El cuerpo de guardia de un policlínico debería ser un espacio de esperanza, un lugar donde la gente llegue con la certeza de que recibirá atención inmediata. Sin embargo, la foto que muestra la oscuridad total en el policlínico de Jaimanita, en La Habana, cuenta una historia distinta: la de un país donde hasta la salud pública —ese supuesto “logro de la Revolución”— se atiende a la luz de un celular o una linterna improvisada. Es una postal de un sistema sanitario que se derrumba a oscuras.
La penumbra en un centro de salud no es solo una incomodidad, es un peligro. Imposible garantizar un diagnóstico adecuado, realizar un procedimiento básico o atender una urgencia cuando no hay luz. ¿Qué clase de atención médica puede brindarse en esas condiciones? Los médicos, héroes forzados por la propaganda, terminan trabajando como pueden, expuestos al error, mientras los pacientes arriesgan la vida por culpa de un apagón que el régimen llama “déficit de generación”.
Resulta grotesco escuchar a las autoridades repetir que Cuba es una potencia médica, mientras sus policlínicos parecen cavernas medievales. El discurso oficial habla de cooperación internacional y de médicos que salvan vidas en otras latitudes, pero la realidad es que en Jaimanita —como en decenas de barrios del país— una madre debe rezar para que su hijo enfermo no necesite un equipo eléctrico que, en medio de un apagón, se vuelve inservible.
La foto del policlínico a oscuras es más que una imagen: es un símbolo del fracaso. Un fracaso que va más allá de lo energético, porque muestra cómo la desidia y el abandono se filtran en cada rincón de la vida diaria. No hay electricidad, no hay medicinas, no hay recursos; lo único que abunda es el cinismo de los dirigentes que insisten en que el país avanza hacia la modernidad mientras la gente se las arregla con velas.
En definitiva, Jaimanita en tinieblas es Cuba en miniatura: un país donde los hospitales se convierten en sombras, donde la vida depende de una batería cargada y donde el derecho a la salud se degrada a la improvisación. La dictadura puede seguir exportando médicos y propaganda, pero en casa la realidad es que la enfermedad se enfrenta con la misma herramienta con la que se enfrenta el apagón: a tientas, con rabia y en soledad.