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Por Yuri Obregón ()
La Habana.- En Cuba siempre ha habido motivos para chillar. Pero hay momentos en que el chillido no es individual, ni sectorial, ni silencioso. Hay momentos —como este— en que se vuelve coral, colectivo, inevitable.
Y no es porque la crisis sea nueva; es porque hay algo en el aire que se siente diferente. Desde que ETECSA anunció sus nuevas medidas para los paquetes de datos, la sensación en la calle no es solo de molestia, es de acoso. No exagero: lo que hizo ETECSA no fue ajustar precios, fue tensar aún más la cuerda en el cuello de todo un país. Y claro que estamos chillando.
Porque esta medida, a diferencia de otras, nos jode parejo. No importa si eres obrero o cuentapropista, si vives de una pensión o te mandan remesa, si resuelves por la izquierda o vives raspando en un trabajo estatal: de una forma u otra, el palo te da. No hay escapatoria, no hay zona de confort. Algunos podrán comprar el paquete con dolor, otros tendrán que rogar por una recarga desde el extranjero, otros simplemente se quedan fuera de la conversación digital. Pero nadie sale ileso.
Y eso es precisamente lo que hace esta medida distinta de las demás. Porque en Cuba hay jerarquías incluso dentro del desastre. Con la electricidad, por ejemplo, hay barrios más apagados que otros; con los alimentos, el que tiene divisa come, el que no, inventa o simplemente se acuesta con la barriga vacía; con los salarios, uno sobrevive robando en el trabajo, otro con una remesa, otro con suerte. Siempre ha habido escalas dentro del infierno.
Pero con esto de los paquetes, la escala se achica tanto que casi desaparece. Porque aunque haya diferencias, la sensación es la misma: el abuso es tan evidente, tan descarado, tan cínico, que se vuelve intolerable. ETECSA no solo subió precios: rompió una dinámica que ya estaba rota, y lo hizo con la arrogancia de quien sabe que no tiene competencia, ni rendición de cuentas, ni temor de perder clientes.
Y entonces pasa lo que estamos viendo: que la gente chilla. No es solo por los megas. Es por el límite. Por la saturación. Porque incluso los que siempre justifican, los que dicen “esto es lo que hay”, los que se adaptan a todo… esta vez también se sienten burlados.
Porque el acceso a internet no es un lujo, es una necesidad cotidiana: para estudiar, para trabajar, para comunicarse con la familia, para vender un par de cosas, para expresarse, para no volverse loco. ETECSA no está solo cortando megas: está cortando vínculos, oxígeno, capacidad de respuesta.
Y esa es la clave del problema: esta medida es percibida como una forma de castigo social masivo. No importa cómo te ganes la vida, si estás dentro o fuera del sistema, si resuelves o no: te toca. Es el abuso en su versión más democrática. Es como si el Estado nos estuviera recordando quién manda, quién cobra, quién decide qué puedes hacer con tu tiempo y tu conexión.
Y por eso ahora todos chillamos. Porque cuando la injusticia se siente colectiva, lo que surge no es solo rabia: es conciencia. Por fin nos está doliendo lo mismo, al mismo tiempo. Ya no son solo los apagones selectivos, ni los salarios que humillan, ni la comida que no alcanza. Esto nos ha dejado sin disfraz, sin salida, sin paliativo.
Chillamos porque lo que está en juego no es un paquete de datos. Es el derecho a comunicarnos, a existir en el presente, a no sentirnos aislados. Chillamos porque nos están arrancando, poco a poco, lo poco que nos queda para mantenernos vivos: la conexión, el vínculo, la palabra.
Y esa desesperación, aunque suene como un quejido de animal herido, también es señal de que algo se está moviendo. Que quizás esta vez, entre todos los chillidos, nazca una voz que ya no se calle más.