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Por Yesion Derulo
La Habana.- Una prensa que calla frente a los atropellos dentro de Cuba, pero que aplaude las andanzas del dictador venezolano, es la muestra más grotesca de cinismo. Lo ocurrido en Camagüey, donde la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) salió a respaldar a Nicolás Maduro y a repetir la cantaleta del “imperialismo yanqui”, no es un gesto de solidaridad latinoamericana, sino una burla al dolor de dos pueblos.
Los mismos periodistas que no son capaces de denunciar un apagón, una represión o una detención arbitraria en su país, ahora se erigen como paladines de la “batalla comunicacional” a favor de Caracas.
Lo más indignante es ver cómo llaman a ese acto “unidad”. Allí, en un teatro o en una sala de reuniones, reunieron a corresponsales, funcionarios y burócratas para aplaudir una declaración oficial que no tiene nada de espontáneo.
Juan Mendoza, presidente de la Upec en Camagüey, proclamó que los periodistas cubanos están en la “primera trinchera”. ¿Trinchera de qué? De ocultar, manipular y maquillar una realidad que asfixia al ciudadano común. En Cuba no hay periodistas libres, hay repetidores de consignas, soldados de una guerra ideológica que no tiene nada que ver con el periodismo.
El colmo del teatro llega cuando apelan a “los lazos históricos” y a “la lucha común” entre Cuba y Venezuela. Lo cierto es que lo que los une no son ideales de libertad ni de justicia social, sino el pacto de dos dictaduras que se retroalimentan para sobrevivir.
Mientras en Camagüey aplauden con fervor, en las calles de La Habana el pueblo sobrevive a la falta de pan, de medicinas y de luz eléctrica. Y mientras repiten el guion de la “soberanía” venezolana, en Maracaibo y Caracas el hambre y la represión son el pan de cada día.
La referencia al Alba y a la Celac como ejemplos de integración resulta casi sarcástica. Ninguno de esos espacios ha servido para mejorar la vida de la gente común. Han sido tribunas para discursos vacíos, fotos oficiales y pactos entre élites que se perpetúan en el poder. La “solidaridad” que celebran no es entre pueblos, sino entre caudillos. Y la prensa oficial cubana, dócil y servil, se convierte en vocera de ese pacto de mutuas complicidades.
Este respaldo a Maduro no es más que la confirmación de lo que ya todos sabemos: la prensa en Cuba dejó de ser prensa hace mucho tiempo. No denuncia, no investiga, no cuestiona. Se limita a obedecer y a reproducir las mentiras del poder. Por eso resulta insultante que hablen de “batalla comunicacional”. En realidad, lo único que batallan es contra la verdad. Y la verdad, tarde o temprano, se abrirá paso. Ni en La Habana ni en Caracas habrá discurso que logre ocultar el desastre que ambos regímenes han sembrado.