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Pasan cosas y el fin del castrismo está cerca

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Por Max Astudillo ()

La habana.- Dicen algunos, con esa voz de resignación que parece salida de un manual del autoperdedor, que en Cuba no pasa nada. Que el gobierno está más sólido que nunca. Que esto es eterno, como el calor en agosto o las colas para comprar pollo. Pero miren alrededor, coño. Miren bien. Porque lo que está pasando es que el castrismo se está quedando sin argumentos, sin miedo y, lo más importante, sin pueblo.

Los masones de Cuba lo entendieron: el destino de uno es el destino de todos. No es filosofía barata, es pura física revolucionaria. Cuando a un tipo le quitan la luz, el agua, la comida y la dignidad, tarde o temprano se da cuenta de que no es problema suyo, sino del sistema que lo asfixia.

Lo mismo entendieron las Damas de Blanco, los artistas del 27N, los muchachos de San Isidro, los que salieron a gritar «¡Libertad!» el 11J. No eran grupos aislados. Eran pedazos de un mismo cuerpo que empezaba a despertar.

Claro, siempre están los que dicen: «Pero si no han podido…». Como si cambiar seis décadas de dictadura fuera cuestión de un domingo por la tarde. Como si no hubiera costado años, muertos, exiliados y presos llegar hasta aquí. Pero fíjense bien: cada vez son más los que pierden el miedo. Cada vez son menos los que creen en el cuento del enemigo exterior. Cada vez hay más gente que mira al otro y piensa: «Coño, este también está jodido como yo». Y eso, amigos, es el principio del fin.

Han perdido hasta el control del relato

No es que el régimen sea fuerte. Es que ha tenido la sartén por el mango durante tanto tiempo que ni siquiera nota que el mango se le está pudriendo en las manos. Internet, la diáspora, los artistas, los estudiantes, los que se van y los que se quedan… Todo suma. Hasta los que antes callaban ahora graban videos, comparten memes, murmuran en las colas. El castrismo ya no controla el relato. Y un régimen que pierde el control de la historia es un régimen que empieza a escribir su epitafio.

¿Cuándo se cae esto? No lo sé. Pero sé que no será cuando un iluminado lo decida, sino cuando el último cubano que aún aguanta en la isla mire a su hijo y diga: «Basta». Cuando deje de creer que su sufrimiento es normal. Cuando entienda que el tipo de al lado no es un rival, sino otro prisionero de la misma celda. Ahí, justo ahí, será el día en que el castrismo se convierta en un mal recuerdo.

Así que no me vengan con que esto no se cae. No me digan que el pueblo no puede. Le están faltando el respeto a los que ya lo intentaron, a los que cayeron, a los que siguen peleando. El fin no es una profecía, es una suma. Y cada día hay más cubanos sumando.

(Este artículo tomo como referencia una publicación de Tania Tasé)

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