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Por Anette Espinosa ()
La habana.- Parece el título de una novela de espías de la Guerra Fría, de esas que se publicaban en La Habana con papel de estraza y que ahora son piezas de coleccionista. «Morir solo en caso extremo», se llamaba una de Bogomil Rainov. Pero lo que ocurre hoy en Cuba no es ficción, ni siquiera es morir: es parir.
Y el agente secreto en esta misión es cualquier mujer cubana que decida dar a luz, encerrada en una habitación de hospital donde el teléfono de emergencias no funciona, las escaleras de incendios están bloqueadas por la burocracia y nadie, absolutamente nadie, vendrá a salvarla si las cosas se complican. La misión, sin embargo, debe ser cumplida: traer una vida al mundo. En la Cuba de hoy, eso se ha convertido en un acto de fe, casi en una temeridad.
La primera línea de defensa que ha caído es una tan simple que duele: la vitamina K. Es una vitamina que todos los recién nacidos necesitan para que su sangre pueda coagular. Sin ella, un pequeño golpe o un sangrado interno que para un adulto sería insignificante, puede convertirse en una tragedia. Es una profilaxis universal, un gesto médico elemental, como secar al bebé al nacer.
Sin embargo, en Cuba, según denuncias de familiares y profesionales de la salud, no se está administrando de forma rutinaria por una escasez criminal de este medicamento básico. Hay testimonios desgarradores que relatan cómo un sangrado por el recto en una recién nacida, derivado de este déficit, terminó en una muerte evitable en solo tres días. Es el colmo de la miseria: un estado que se jacta de su biotecnología es incapaz de garantizar una ampolla que cuesta céntimos y que salva vidas.
Mientras, en los hospitales infantiles de provincias como Matanzas y Camagüey, la situación es un colapso que se huele desde la puerta. No es solo la falta de vitamina K; es la escasez de todo. El sistema sanitario cubano, antaño un estandarte, atraviesa una crisis sin precedentes. La combinación de una crisis económica profunda, la migración de personal sanitario y la escasez generalizada de medicamentos y suministros ha puesto a prueba hasta los cimientos la salud pública.
Se habla de falta de reactivos para diagnósticos, de antibióticos, de material básico. En este contexto, parir se convierte en una ruleta rusa donde la bala no es la complicación médica, sino la desidia del sistema.
El contraste no puede ser más cínico. El gobierno es incapaz de proveer lo esencial, pero es omnipresente a la hora de controlar y medicalizar el proceso de parto hasta convertirlo, en muchos casos, en un acto de violencia obstétrica.
Activistas y estudios independientes han documentado cómo se normalizan las prácticas no respetuosas: al 76% de las mujeres se les practica una episiotomía (un corte en el perineo) a menudo sin su consentimiento y sin anestesia; al 48% no se les pide permiso para realizarles procedimientos; y un 41% reporta haber sufrido violencia verbal o psicológica. Es un sistema que, por un lado, te abandona a tu suerte sin los insumos básicos, y por el otro, te agrede protocolariamente.
Ante este panorama, solo queda una conclusión: en Cuba, la orden tácita para las mujeres en edad de ser madres parece ser la misma que la de aquella novela de espías. Aguantar. Sobrevivir. Y parir solo en caso extremo. No por un acto de valor, sino porque el estado, aquel que lo acapara todo y se erigió en protector único, ha incumplido su parte del contrato. Ha demostrado que no tiene dinero para la vitamina K, pero sí para mantener una maquinaria de control y de relato oficial que se resquebraja tan rápido como las paredes de los hospitales.
Al final, la paradoja es amarga. El mismo estado que durante décadas ha instrumentalizado la maternidad como un deber patriótico, es el que hoy la ha convertido en una misión de alto riesgo. Las mujeres cubanas, las verdaderas agentes secretas en esta historia, se ven forzadas a una gesta heroica: traer niños al mundo en un país que, a la hora de la verdad, los recibe con las manos vacías y los abandona a la primera de cambio. En esta misión, el único protocolo es la desesperación, y el único plan de escape, un milagro.