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Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana.- Cuando era un muchachón aún tan ingenuo para creer que vivía en un país de verdad, y me daba el lujo de pensar en el futuro y hasta de tener sueños, en La Habana había decenas de cines. Yo me sabía el nombre de todos, la ubicación exacta de la mayoría, y en una buena parte de ellos vi al menos una película alguna vez.

Hoy ya sabemos que quedan muy pocos (no solo en la capital), los más se han derrumbado, otros sirven de sede a grupos de teatro o pequeñas compañías de danza o de circo; los que conservan su función original ofrecen solo una tanda vespertina, a la que no asiste casi nadie, y apenas reviven un poco cada diciembre, durante el ya muy disminuido (como todo aquí) Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Apenas nos queda la nostalgia de aquellos recintos casi mágicos donde pasamos tantas horas de nuestra niñez y juventud. Los más espabilados iban con sus noviecitas a «apretar», buscando las últimas filas y evadiendo la indiscreta luz de la linterna de la acomodadora; los «pasmados» nos conformábamos (además de con envidiar a esos afortunados), con admirar a los héroes de la pantalla y suspirar por aquellas mujeres increíblemente bellas.

El «diversionismo ideológico»

Si algún extranjero lee esto le aclaro que no se vendían rositas de maíz (palomitas, como les dicen ellos). Salíamos de allí queriendo ser el Zorro, Fantomas o Sandokan (ya para entonces habían censurado a Tarzán y a Supermán por esparcir el «diversionismo ideológico», yo como el gran Carlos Varela, tampoco tuve a Supermán, apenas lo conocí por viejos y deshojados comics, a los que les decíamos «libritos de muñequitos»; lo más cercano que tuve de él fue a Mickey Mouse interpretando a Super Ratón).

A lo que vamos, en esa época ya casi prehistórica teníamos un juego con los nombres de los cines, consistente en hacer una pregunta cuya respuesta era el nombre de uno de ellos, el real o uno formado por cambios de letras. Recuerdo varias. ¿Cuál es el cine más puro?: Los Ángeles; ¿el más apetitoso?: Res Cinema; ¿el más alto?: Rialto; ¿el más grande?: Cosmos; ¿el más pequeño?: 23 y 12 (solo caben 35 espectadores); ¿el más grasiento?: Cinemanteca…

También había un juego con los nombres de los países. Los países no han desaparecido como los cines cubanos, al contrario, ahora hay muchos más, debido a las repúblicas exsoviéticas y a las balcánicas. Estas son algunas preguntas-respuestas. ¿Cuál es el país hecho a pedazos?: Alaskas; ¿el que más asusta?: la UUURRRSSS; ¿en el que peor se come?: no, no es ese en el que pensaron enseguida, la respuesta es Pan-namá; ¿en el que todavía no vive nadie?: Irán; ¿en el que la gente vive por gusto?: Paquéstan…

¿Paquestán?

En aquel entonces yo creía que Paquistán era un país asiático, que tuvo una hermosa primera ministra llamada Benazir Bhutto (en la foto), con frontera con India, pues, de hecho, surgió en 1947 cuando la colonia británica obtuvo su independencia y su territorio fue dividido. Hoy pienso distinto, Paquéstan es una isla del Caribe, donde vivo, donde vivimos. Pregúntese usted, los habitantes de este país, ¿paquéstan?, ¿paquéstamos?, o si lo prefiere en correcto español: ¿para qué estamos?, o en buen cubano: ¿qué carajo estamos haciendo aquí?

¿Cuántos cubanos a día de hoy tienen proyectos de vida, planes, metas, incluso sueños? Para los jóvenes solo existe una palabra: emigrar, largarse de aquí a cualquier país, adonde sea. Pero no todos, por múltiples razones, tienen esa opción. Entonces es triste escuchar a una joven madre decir que solo se mantiene viva por sus hijos. Está claro que para una madre o un padre no hay nada más importante en este mundo que sus hijos, pero no debieran ser su único asidero terrenal. ¿Qué harían ellos si no existieran esas criaturitas, dejar de existir también?, ¿suicidarse, tirarse al alcohol o las drogas?

¿Alguien que no esté en ese caso ha pensado cuán difícil le resulta a una madre o un padre no poder complacer a sus niñitos cuando le piden, no diga usted un dulce, un bombón, un caramelo, una galletica, un helado, un refresco, míseras golosinas que no debían faltarles nunca, sino un simple pedazo de pan, o el «famoso» vasito de leche? ¿Se imaginan noches enteras abanicándolos para protegerlos del calor y los mosquitos, y a la mañana siguiente tener que enviarlos a la escuela?

¿Vacaciones?

¿Quién puede planificarse hoy sustituir una vieja pared de tablas por una de bloques, tirar la plaquita del portal, azulejear el baño o la cocina?, objetivos tan comunes desde siempre. ¿Vacaciones? Tan inalcanzables como las primeras cuatro letras de la palabra. Nunca conocí a un cubano que quisiera ir a las pirámides de Egipto, a Paris, o subirse a un crucero. Las expectativas aquí siempre fueron a lo bajo: una semanita en alguna playa, cualquiera, no tenía que ser en Varadero (se desconocieron por mucho tiempo los paraísos tropicales de las cayerías cubanas). ¿Quién piensa hoy en eso?

A los más viejos ya se les acabó el tiempo para pensar en irse a ninguna parte, excepto para la vejez. Recuerdo a mi padre cuando le preguntaban: «Para dónde vas, Medina», respondía, con ese humor tan típico en él: «Pa viejo». En cualquier lugar del mundo las personas no quieren envejecer. Aquí es todo lo contrario, los que se acercan al retiro cuentan los días para cumplir los 65 (60 las mujeres) y poder jubilarse. ¿Qué aberración de país es este donde la gente quiere envejecer, donde ser un viejo es tu máxima, tu única aspiración?

Y lo peor es que la vejez no augura nada mejor: una pensión mísera que no alcanza para nada, la soledad, el abandono y el olvido. Entonces, ¿cuál es el añorado premio? La libertad, quitarte de encima la responsabilidad laboral, el chantaje económico, la transportación hasta y desde, y sobre todo, la candanga.

¿Esperanzas?

¿Cuál es la esperanza para dejar atrás esta no-vida de 16-20 horas diarias de apagones, entre montañas de basura y aguas albañales, donde, primero encontrar los alimentos, y después conservarlos y cocinarlos es una odisea, sin medicamentos para enfrentar tus enfermedades crónicas u ocasionales, sin poder ir a ninguna parte, sin derecho a nada? ¿Dónde están los planes concretos, y sobre todo el financiamiento, para revertir esta situación desesperada y desesperante?

Y mientras, ¿paquéstamos?, ¿para mantener una utopía irrealizable, un capricho?, ¿para ver a unos pocos engordar indecentemente mientras te piden más y más sacrificios inútiles? Es un horror ver a tu país caerse a pedazos por las bombas del enemigo, como sucede en Gaza y Ucrania; pero verlo destruirse por la apatía, la inacción y el a-nadie-le-importa-un-carajo-nada es la cosa más triste del mundo.

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