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OTRA GIRA POR EL DESASTRE

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Otra vez Miguel Díaz-Canel montado en su autobús del cinismo, paseando por los escombros del país como quien revisa su finca privada. Esta vez le tocó a Holguín, esa provincia donde el polvo de la sequía se mezcla con el de las promesas incumplidas. El “mandatario”, como lo sigue llamando la prensa obediente, hizo escala en los municipios Frank País y Sagua de Tánamo para “dialogar” con el pueblo, según la retórica de siempre. Pero ya sabemos que esos diálogos no resuelven ni una gotera en el techo de una escuela rural.

Visitó una cooperativa con fecha de mártir y números de funeraria: “CPA 28 de Enero”. Habló con los campesinos sobre las dificultades actuales y aplaudió que producen diversidad de cultivos. Qué bonito suena cuando se dice desde una oficina con aire acondicionado y tres termos de café. La realidad es que esas producciones no llegan ni a las tarimas del mercado, porque entre la burocracia, la falta de combustible y el desvío de recursos, lo que queda para el pueblo es el olor del boniato.

Luego pasó por una unidad que hace ladrillos de piedra caliza “ante la carencia de cemento”. En cualquier otro país, eso sería señal de atraso. Aquí lo venden al estilo “economía circular”, como si usar piedra porque no hay cemento fuera una estrategia moderna y no una obligación miserable. También fabrican carbón vegetal, muebles de madera y no sé cuántas cosas más. En resumen: volvimos al siglo XIX, y encima quieren medalla por eso.

En Moa, en la universidad, Díaz-Canel alabó los proyectos de investigación. Habló de conservación del patrimonio y caracterización geológica. Mientras los estudiantes hacen mapas de minerales, sus madres están haciendo colas de madrugada para comprar un tubo de pasta o una libra de pollo. Pero bueno, el espectáculo debía continuar. Incluso se metió en una casita infantil —supuestamente para beneficiar a las madres trabajadoras— a tomarse la foto que subirá a X con la etiqueta #EstamosTrabajando.

El viaje fue eso: una gira promocional por el desastre, un recorrido de postureo por provincias rotas. Cada parada es una muestra de lo que la dictadura llama “resistencia creativa” y lo que el pueblo sufre como decadencia crónica.

Díaz-Canel no dirige nada. Recorre. Observa. Aplaude. Promete. Y luego se va, dejando atrás las mismas miserias que encontró. Porque mientras siga hablando de ladrillos sin cemento, de módulos pecuarios que no llenan el plato, de universidades que investigan sin recursos, y de casitas infantiles que no tapan el hambre, lo único que quedará claro es que su visita a Holguín fue una excursión inútil. Otra más.

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