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Ohtani en Hawái: el samurái que jugó sucio

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Por Robert Prat ()

Miami.- Todo gran héroe tiene su momento noir, ese instante en el que la leyenda se agrieta y aparece el hombre, con sus miserias y sus trampas. Shohei Ohtani, el Babe Ruth del Pacífico, el hombre que podía lanzar a 160 km/h y batear home runs como si estuviera aplastando moscas, acaba de meterse en un lío que huele a contrato sucio, amenazas veladas y desarrolladores de bienes raíces con la cara torcida.

No es un escándalo de apuestas, pero duele igual: lo acusan de usar su fama como un martillo para hundir a dos socios en un proyecto de 240 millones en la costa de Hapuna. El paraíso, ya se sabe, es el mejor lugar para esconder un cadáver.

El asunto tiene todos los ingredientes de una película de yakuza con palmeras de fondo. Kevin J. Hayes, un tipo con 40 años en el negocio inmobiliario, y Tomoko Matsumoto, la agente que iba a vender mansiones a 17 millones cada una, alegan que Ohtani y su representante, Nez Balelo, los fueron desplazando poco a poco, como quien quita los cimientos de una casa antes de que la construyan.

Según la demanda, Balelo empezó pidiendo concesiones y terminó exigiendo su cabeza. La excusa siempre fue la misma: Si no juegan bajo mis reglas, Ohtani se va. Y Ohtani, claro, vale más que el oro en un mercado donde los japoneses compran propiedades como si fueran sushis de lujo.

Interferencia tortuosa

Lo más jugoso del texto legal es cómo lo describen: «Balelo y Ohtani explotaron su influencia de celebridad para desestabilizar el proyecto». Es decir, usaron la fama como un arma. No es ilegal, pero es feo. Como cuando un niño rico amenaza con irse de la fiesta si no le dan el pedazo más grande de pastel.

El proyecto, llamado The Vista, promocionaba a Ohtani como el «Primer Residente», el imán que atraería a los compradores nipones. Hasta le iban a construir un campo de entrenamiento privado. Pero algo se torció. Quizás Balelo vio que el pastel era demasiado jugoso y quiso quedarse con todo. O quizás Ohtani, que ya tiene un contrato de 700 millones con los Dodgers, pensó que unos millones más en Hawái no le harían daño.

La demanda habla de «interferencia tortuosa» y «enriquecimiento injusto», que son términos legales para decir «nos jodieron con toda la malicia del mundo». Kingsbarn, la empresa que gestionaba el proyecto, terminó echando a Hayes y Matsumoto, supuestamente para complacer a Balelo.

Lo gracioso es que los materiales de marketing todavía los mencionan como parte del equipo. Como en esas películas donde borran a un actor de los créditos pero se les olvida sacarlo del trailer. La vida, a veces, es tan cutre como el show business.

¿Sabía Ohtani lo que hacía su agente… ?

Ohtani, por ahora, guarda silencio. Su agencia, CAA, se hace la muerta. Kingsbarn no suelta prenda. Mientras tanto, en Hawái, el proyecto sigue en pie, pero con un regusto amargo. Porque aquí no hay home runs ni lanzamientos imposibles, solo abogados, contratos rotos y la sensación de que hasta los dioses del béisbol tienen pies de barro.

Lo irónico es que Ohtani, que siempre pareció salido de un manga de héroes, ahora protagoniza un drama que huele más a Succession que a Dragon Ball.

Al final, todo se reduce a una pregunta: ¿sabía Ohtani lo que hacía su agente, o simplemente firmó donde le dijeron?

Los héroes, cuando se convierten en marcas, a veces pierden el control de su propia historia. Pero en el béisbol, como en los negocios, lo que importa no es cómo juegues, sino cómo anotes. Y aquí, alguien está a punto de quedarse sin carrera. Aunque sea en los tribunales, no en el diamante.

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