Por René Fidel González García
Santiago de Cuba.- Ellos han entrando ya sin disimulo en la era fastuosa de su propia vanidad. A eso le llamaban antes la belleza y no entendíamos.
Construyen su mundo tal como lo perciben y creen merecer. Para compartir los gustos que ellos recientemente adquirieron y con los que se sienten tan cómodos, tan felices, tan lejos de los olores a pobres de los cuerpos, del olor a pobre de las ropas, del olor a pobre de los zapatos, del insoportable olor a pobre de las casas de los pobres que ellos gobiernan y llaman nuestro pueblo con entrenado desdén.
¿Por qué debería ser sutil la endogamia con la riqueza y los ricos, con su encantador areté?
Este es el festín de las mieles del poder, de su oropel y soberbia, hecho a partes iguales de nuestro dolor y tristeza.
En Cuba los únicos que comparten la suerte de los pobres viven a oscuras, con hambre y con la esperanza rota. Se reconocen entre ellos: son pobres. Son excluidos.
¿Ustedes creen que se comen los gatos por refinamiento culinario o por maldad contra ellos?
¿Con qué tela taparon la tumba del mambí desconocido que tan cerca está de la estatua de la República en Armas, sucia del oro que nunca tuvo?
Dicen que una muchacha asqueada le puso en ofrenda un platillo de comida a sus huesos, le prendió un tabaco olvidado por uno de los invitados y masculló arrodillada: los tuyos siguen afuera viejo, aún no han entrado.
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