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Por Eduardo Díaz Delgado ()
El déficit fiscal es ese hueco negro en el presupuesto donde el Estado gasta más de lo que ingresa, como un borracho que promete dejar de beber mientras sigue firmando facturas en el bar.
En Cuba, ese hueco se ha vuelto abismo: en 2023 el déficit alcanzó casi el 39 % de los ingresos, una hazaña contable digna de un país en guerra… o en manos de irresponsables con visa diplomática.
¿Y cómo se cubre ese agujero? Fácil: imprimiendo billetes sin respaldo, como si fueran panfletos del Partido.
Resultado: una inflación devoradora y un peso que se derrite más rápido que el pomito de agua que ponemos a congelar cuando viene la luz.
Lo pagamos nosotros, con precios obscenos, con salarios en ruinas, con una moneda que no compra ni dignidad.
Pero mientras tú haces malabares para comprar aceite o un antibiótico, Díaz-Canel y la familia Cuesta pasean por el mundo en jet privado, como si representaran a un país nórdico exitoso y no a un solar en ruinas.
Solo el viajecito a México costó más de 100 000 dólares, y eso sin contar el hotel, la escolta y la cuenta del minibar. No me quiero imaginar este, al otro lado del mapa.
A la esposa, que no es primera dama porque eso suena burgués, la llevamos igual. Porque Cuba no tiene pan, pero sí tiene acompañante oficial. A ellos no les pagaba yo ni el salario mínimo, pero ahí están, viviendo a cuerpo de rey gracias al déficit que nosotros financiamos con hambre.
Este país está en números rojos. Ellos, en alfombra roja. Y tú, en alguna cola, con calor.