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Por Eduardo Díaz Delgado ()

Zoila murió sin ver a su hijo. Y no podemos decir “descanse en paz”. Zoila tenía 84 años, una enfermedad terminal, y un deseo: abrazar a su hijo antes de morir. No pedía libertad, justicia, ni siquiera clemencia. Pedía algo humano, esencial, pequeño… y le fue negado.

Su hijo, José Gabriel Barrenechea Chávez, escritor, periodista, intelectual cubano, fue encarcelado en noviembre de 2024 por protestar pacíficamente contra los apagones en su pueblo de Encrucijada, Villa Clara. Ni juicio, ni fecha de juicio. Lo acusan de “desorden público”, pero todos sabemos que el delito real es ser un hombre libre en una tierra de mordazas. Su claridad, su palabra, su decencia, llevan años siendo una piedra en el zapato de la dictadura.

Mientras él lleva meses encerrado en la prisión La Pendiente —con condiciones infrahumanas y bajo aislamiento— su madre se consumía en casa. En un vídeo que dio la vuelta al alma de los cubanos decentes, Zoila rogaba: “Aunque sea un mes… quiero estar con mi hijo antes de morirme.”

Lloramos con ella. Nos vimos en ella. Porque esa madre no era solo Zoila. Era Cuba entera, gritando por un abrazo robado.

El jefe de la prisión dijo una frase espantosa: que Barrenechea saldría el día que se muriera su madre.

Y se murió este domingo. Triste, sola, sin justicia. No podemos decir que descansó en paz. Porque la paz no puede surgir del desprecio, de la tortura fría y calculada que padeció hasta el último suspiro.

Zoila no fue la primera. No será la última. Pero sí fue una más que grita desde la memoria lo que nos negamos a olvidar: este régimen le tiene miedo al amor, a la dignidad, a la voz que no se quiebra.

A Zoila no la pudieron callar. A su hijo no lo han quebrado. Y a nosotros no nos van a detener.

La noche no será eterna. Haremos justicia, sí o sí. Ni perdón ni olvido.

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