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Por Alex Fleites Rodríguez ()
La Habana.- Ayer, a la salida del cine Riviera, a las diez de la noche, dos jóvenes me siguieron por varias cuadras. En el parque de G, a la altura de 21, un hombre que se encontraba tomando el fresco me ayudó a encararlos. Se detuvieron como a 25 metros de donde estábamos, y se nos quedaron observando. Después dieron media vuelta, y se fueron.
Luego, en 8 y 15, mientras caminaba hacia mi casa, una motocicleta pasó por mi lado, y oí que el conductor dijo: “sigue caminando, no mires hacia atrás”. Pensé que hablaba con la muchacha que llevaba como pasajera, aunque me llamó la atención que circulara contrario al tráfico.
En la esquina de 8 y 13, se detuvo. Cuando llegué a su altura, volvió a decir: “aprieta el paso, no te detengas”. Le pregunté si me hablaba a mí, y me dijo que sí, que dos jóvenes venían siguiéndome. Me volví y allí estaban, ahora a unos 30 metros. No sé si eran los mismos, aunque tenían características similares: entre 18 y 25 años. Se paralizaron, pero mantuvieron la mirada, desafiantes.
El motorista permaneció en la esquina mientras me alejaba. Luego arrancó, y retomó su camino, que había abandonado sólo para advertirme.
Llegué a mi casa sin mayores contratiempos.
Es primera vez que me sucede algo así. Y he estado en lugares riesgosos, como Bogotá, Caracas, Lima, Manila, Sao Paulo, New Orleans… Los asaltantes ahí tienen sus protocolos, y con un poco de precaución y otro de suerte puede uno evadirlos.
Pero estos muchachos cubanos se estrenan en el oficio, y salen a cazar, desesperados. Asaltan sin mayores miramientos. El Vedado, de noche, está oscuro, aunque no haya apagón. Pero amigos me cuentan que han sido asaltados a la una y a las tres de la tarde, en sitios céntricos como 23 y O, o Línea y L.
Contrario a lo que me sugieren varios familiares y amigos, no me voy a enclaustrar. El Vedado es mi lugar en el mundo, “el sitio en que tan bien se está”, para usar una frase de Eliseo. No renunciaré a mis salidas al teatro, al cine, a las galerías; no dejaré de caminar por El Malecón, mi rutina cotidiana. Tomaré algunas precauciones, como no escuchar música mientras camino, ni hablar por el cel en lugares públicos, pero poco más.
Argumentos como que Puerto Príncipe, Haití, es más insegura que La Habana; o que las calles de Calcuta, India, están más llenas de basura, por estúpidos no voy a responderlos.
Se supone que 65 años de sacrificios no debieran desembocar en estas situaciones, que se suman a la precariedad del suministro de alimentos y al estado lamentable de los hospitales, por sólo hablar de dos aspectos entre los tantos que nos afectan. Si estamos en economía de guerra, podrían ordenar al ejército sanear la ciudad, combatir la mugre y los escombros sistemáticamente, o permitir que una empresa particular se encargue del asunto.
La enfermera que hace unos días vino a mi casa preguntando si había vasos espirituales, sorteó por el camino, lo menos, cuatro basureros desbordados y tres empozamientos de aguas negras. ¿Será que nos hemos vuelto idiotas?
Gracias a las personas que me asistieron. Yo habría hecho lo mismo por ellos.
Publico esto para no tener que hacer el cuento a cada uno de los amigos que me han escrito preguntándome. Valoro mucho su solidaridad y su cariño.