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Por Yeison Derulo
Varadero.- Cuba está hundida. No metafóricamente, sino literalmente, entre la ruina y el mar. Un ciclón acaba de dejar pueblos destrozados, techos arrancados, familias enteras durmiendo sobre el fango. Y en medio de esa tragedia, la dictadura castrista celebra un vuelo. Sí, un vuelo. No de ayuda humanitaria ni de rescate, sino de turismo ruso operado por Conviasa, la aerolínea sancionada de su aliado venezolano.
El grupo hotelero Gaviota —el mismo que administra los hoteles para los generales, no para el pueblo— anunció la “nueva conexión directa” entre Rusia y Varadero. Lo hicieron en Facebook, esa red que el Kremlin tiene prohibida, pero que en Cuba se usa para la propaganda descarada. “¡Hito cumplido! La conexión directa con Rusia está aquí para quedarse”, escribieron, mientras en las provincias del oriente del país los techos seguían volando y los apagones eran más largos que las colas del pan.
Uno no sabe si reír o llorar. Mientras los cubanos hurgan entre los escombros buscando sus pocas pertenencias, los burócratas de Gaviota se felicitan por recibir turistas rusos que aterrizan con sombrillas y cámaras. Hablan de “un nuevo capítulo de conexión, cultura y experiencias compartidas entre pueblos que apuestan por el disfrute”. ¿Qué disfrute puede tener un país que no tiene ni gasolina para mover una ambulancia? ¿Qué cultura puede ofrecer un régimen que ha convertido la miseria en paisaje?
Conviasa, sancionada por la OFAC y símbolo del chavismo arruinado, llega a Varadero como la prueba viviente de la colonización caribeña de los autoritarismos. El vicepresidente de la aerolínea, con tono triunfalista, anunció que esperan transportar 10.000 pasajeros antes de 2026. Una cifra obscena si se compara con los cientos de miles de cubanos que, por tierra o por mar, huyen del país para no morirse de hambre. Esos no cuentan. Esos no son turistas, son desechos del sistema que la dictadura prefiere esconder.
Mientras tanto, en Holguín y en Varadero, los vuelos desde Moscú se multiplican. A falta de pan, circo. A falta de esperanza, vodka. Los mismos que dicen defender la soberanía nacional abren sus aeropuertos a quienes mejor representan el intervencionismo moderno. Pero eso sí, el cubano de a pie no puede subirse a un avión ni para ir a Santiago, porque el pasaje cuesta medio salario mensual y los aeropuertos provinciales son museos de la desidia.
El descaro de esta celebración es infinito. Un país devastado, un pueblo hambriento, y una élite que se emborracha con los discursos del Kremlin. Mientras la gente levanta las ruinas de sus casas, Díaz-Canel sonríe viendo llegar un avión venezolano cargado de turistas rusos. Es el símbolo perfecto de lo que se ha convertido Cuba: una república saqueada que se vende por un vuelo y un aplauso extranjero. Si existiera una palabra más fuerte que cinismo, habría que inventarla solo para describirlos.