La Habana.- Le pasé el pan con croqueta y tanteando, finalmente lo agarró. Comía con fruición desmedida y no por el hambre de pan, sino de pelota. Paqui era un fanático de los que no se perdía un juego. Entre los socios del barrio nos turnábamos para hacerle compañía en el estadio y, por supuesto, narrarle.
Se me olvidaba: Paqui no tenía visión. Algo de nacimiento. Y aún así era de los más activos. Manera de joder y no quedarse atrás. La mayoría de las veces teníamos que refrenar su entusiasmo, porque actuaba como si no tuviera ninguna discapacidad. Sus mejores chistes tenían que ver con la ceguera. Era implacable.
Uno pudiera pensar que aquello entristecería su vida… ¡Ni un segundo! A Paquito no le faltaba nada. Recuerdo ir o regresar al estadio en su compañía y probar su sentido de orientación. Sabía exactamente en qué momento había que ir a la puerta para bajarse.
– Cuentas las paradas -le dije un día que arrancó a andar hacia la puerta sin habernos dicho una palabra.
– No… Ambiente… olores, sonido… Además, se me separó la mujer de las nalgotas, así que hay que bajarse.
Era así. De manera que había que acompañarlo al estadio de pelota y como detestaba las narraciones de radio… Ir diciéndole lo que pasaba.
Era complicado además, porque como no le gustaba que lo trataran como discapacitado, le roncaba la malanga. Si por ejemplo, decías:
– Le metió estrái. Muñoz se separó del jon, cogió tierra y se untó las manos.
– Caballo no aprietes. Tu dí, pero no aprietes, que ya me había dado cuenta de que Muñoz está sudando y tenía que secarse con tierra.
Ya te digo… Paquito era entrañable y difícil. Filosófico y burlón, ciego y omnividente.
Aquella noche se discutía el torneo. El Latino estaba hasta los tanques del agua y rugía cada segundo. A pesar de llegar con horas de antelación, donde único pudimos sentarnos fue en la segunda sección del graderío, detrás de primera base. Aquello estaba repleto de enemigos. Todos dispuestos a cualquier cosa. Y Paquito, que lo sabía (claro que lo sabía, aunque no se lo hubiera dicho, cuando al fin le indiqué que habia espacio en un punto, respondió «Dale, muévete, que vamos a poner a gozar a los nagües»… SABÍA), no paraba de gritar en favor de Industriales a todo pulmón.
Yo estaba cagao, porque aunque hubo su conato con los primeros gritos entre la población circundante y la gente se dio cuenta de su situación y mi cara de «nomehaganná», igual muchos estaban bebiendo y podía suceder cualquier cosa.
– Lo tiene en tres y dos.
– Ya lo sé. Recuérdaselo al de la pizarra, que parece que se quedó dormido después de la segunda bola.
– Lo dijo el nagüe de la voz rajada de allá atrás.
– Se impulsa. Lanza. Roletazo por tercera. Guante, mano. ¡Tiro a primera…! ¡Ao!
Paquito se levantó del asiento haciendo bocina con las dos manos:
– ¡¡Quieto, ampaya!!… ¡Fué quieto!… ¡CIEGOOOOOOO!
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