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NIÑEZ BUENA, BONITA Y BARATA

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Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- Había solidaridad infantil, lo que no teníamos invariablemente nos lo prestaban.
No había un solo niño en Cuba que pudiera decir: “Yo nunca patiné, nunca empiné un papalote, jamás jugué a la quimbumbia ni a las canicas” porque no existía un solo fiñe que dijera: “Yo jamás permito que los muchachos pobres jueguen con mis juguetes”.
Se prestaba un guante mejor al propio para jugar a la pelota. El amigo Luis Bin me brindaba constantemente su mascotin zurdo de jugar la primera base.
Nos permitían montar en la bicicleta ajena, nos servían en otro vaso la mitad de un refresco.
Heredábamos la ropa del hermano mayor, y en el Instituto la bibliotecaria nos prestaban los libros.
Nadie pasaba hambre porque los restaurantes y fondas nos servían “una completa” por 25 centavos.
Las puertas de las casas estaban abiertas para que el resto de los niños (que no tenían televisores) entraran para disfrutar de la amena programación.
No distinguimos razas ni colores de piel. A todos nos acercaba el simple deseo de compartir 100 juegos infantiles.
Un sábado por la noche, en el parque, los domingos por las mañanas en las iglesias, todos parecíamos ricos porque teníamos madres dedicadas a mantener pulcra nuestra ropa “de salir”…
Rodeados de colegios públicos, Casas de Socorro, hospitales gratuitos, baratísimas clínicas Ocejo, Lavernia, Barroso, montones de farmacias, mientras nadábamos libremente en el río Mayabeque, y en la Playa del Rosario; con unos centavos nos comiamos un pan con fritura de bacalao en el puesto de Cabezas, y disfrutábamos de los caramelos en la vidriera de Faustino Escobio al lado de la casa de mi primo Juvenal B. Barrio.
Y todos teníamos unos padres esforzándose por hacernos felices.

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