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Por Eddi Libedinsky ()
Natural Born Killers (1994), dirigida por Oliver Stone y basada en una historia de Quentin Tarantino, es una crítica abrasadora y alucinatoria a los medios de comunicación. También critica la violencia y la cultura de la celebridad estadounidenses.
La película sigue a Mickey (Woody Harrelson) y Mallory Knox (Juliette Lewis), una pareja joven cuya historia de amor está empapada en sangre. Se embarcan en una matanza por todo el país. Dejan un rastro de cadáveres mientras se convierten en iconos culturales. Estos iconos son glorificados por los mismos medios que los condenan.
Desde la masacre inicial en el restaurante hasta el surrealista clímax en la prisión, la película bombardea al espectador con una sobrecarga sensorial. Incluye cambios de tipo de película, secuencias animadas, y ángulos de cámara exagerados. La edición es a un ritmo vertiginoso.
Este estilo vertiginoso refleja el caos de la televisión y el sensacionalismo de los tabloides. Esto implica a la audiencia en su consumo de violencia. La frenética cinematografía de Robert Richardson garantiza que nunca haya una realidad visual estable. Esto nos obliga a cuestionar qué es real, qué es performativo y qué está construido por las narrativas de los medios.
Harrelson y Lewis aportan una energía cruda y aterradora a sus papeles. Mickey, carismático pero desquiciado, oscila entre filósofo y monstruo, mientras que la alegría y la furia infantiles de Mallory la hacen tanto simpática como aterradora. Juntos, encarnan una versión retorcida del sueño americano: la libertad a costa de la destrucción.
Las actuaciones secundarias realzan la sátira. Robert Downey Jr. interpreta al sórdido presentador de televisión Wayne Gale. Tommy Lee Jones da vida a un grotesco alcaide de prisión. Finalmente, Tom Sizemore encarna a un detective corrupto. Todos ellos son caricaturas grotescas que alimentan el mismo ciclo de explotación.
Stone no se limita a contar una historia de asesinos. Acusa a un sistema donde la violencia se convierte en entretenimiento y los criminales se transforman en héroes populares. A veces abrasiva y agotadora, la película está diseñada para perturbar, provocar y polarizar.
Es menos una narrativa convencional que un espejo cultural que se le pone a una sociedad obsesionada con la sangre y el espectáculo. 𝐍𝐚𝐭𝐮𝐫𝐚𝐥 𝐁𝐨𝐫𝐧 𝐊𝐢𝐥𝐥𝐞𝐫𝐬 sigue siendo una de las películas más controvertidas e incendiarias de la década de 1990. Es una sátira de pesadilla que todavía se siente alarmantemente relevante.