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Por Redacción Nacional
La Habana.- Hace 99 años nacía en Birán una de las figuras más ambiguas de América Latina: Fidel Castro. Hoy, la isla no solo recuerda ese gesto biológico, sino que lo utiliza como herramienta política para “traerlo al presente”, según palabras de Miguel Díaz‑Canel. No es simplemente una fecha en el calendario. Es el escenario donde la memoria oficial intenta alzar un mito que, en los hechos, sirve más como anaquel ideológico que como pasado esclarecedor.
La celebración próxima al centenario de su nacimiento será desplegada con precisión propagandística. Habrá museos costosos y talleres infantiles de adoctrinamiento desde los seis años. Además, discursos enfocados menos en su historia real y más en su instrumentalización contemporánea. Castro, quien en vida rechazó monumentos en su honor, ahora es pieza central de una narrativa oficial que busca perpetuar su influencia entre quienes nacieron cuando él ya no estaba.
Hace apenas un año, su 98 cumpleaños fue evocado con fuerza juvenil. Miles de jóvenes corearon “Fidel, Fidel, Fidel” y el mensaje presidencial reforzó la vigencia simbólica del comandante como hilo conductor generacional. Esta imaginería, sin embargo, emerge cuando la realidad —apagones, crisis económica, represión— está lejos de permitir triunfalismos. La celebración se convierte en espejo distorsionado de una revolución en declive.
Mientras los actos oficiales enaltecen su visión, voces críticas afirman lo contrario. Según Antonio Rodiles, su legado dejó una “sombra terrible” sobre Cuba. Esta sombra fragmentó familias y estructuras sociales. Para Rosa María Payá, la tiranía subsiste pese a reformas cosméticas. Su descripción de una figura que destruyó libertades pone en tensión la idea del cumpleaños como simple simbología. Además, es un recordatorio incómodo del peso de décadas de control político y represión.
Como ocurría en los años dorados de la revolución —el Moncada, Playa Girón, los discursos encendidos sobre igualdad y soberanía—, hoy el aniversario es menos una tribuna histórica y más un anclaje ideológico. Se celebra, sí, pero como gesto político reencauchado que no contempla el presente real de los cubanos. Por otro lado, pretende encerrar su mirada crítica en consignas recicladas. Así se explica el palpable contraste entre una juventud entonando consignas y una sociedad exhausta de necesidades sin resolver.
En este aniversario, más que un homenaje, tiene lugar el uso calculado de la nostalgia revolucionaria. Esto se hace para legitimar lo que ya no convence desde la acción. El desafío periodístico no es lamentar el pasado ni construir héroes. Es denunciar la manipulación del símbolo para tapar fallas del presente. Recordar a Fidel Castro no debe ser buscar consuelo en su figura. Tampoco debe ser crear un examen auténtico: ¿qué ha sobrevivido de aquella revolución, para bien y para mal, en el país que hoy conmemora su nacimiento?