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Nadie me va a quitar la sonrisa

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Por Laritza Camacho

La Habana.- Hoy, valientemente, me lancé para la calle a ejercer mi derecho constitucional de hacer gestiones necesarias…

Yo, sudorosa y pacífica ciudadana, recorrí media Habana, bajo el luminoso sol de junio. Llevaba en el alma la bayamesa, en el monedero algo de dinero -digamos decoroso para los tiempos que corren- y en el rostro una sonrisa que no estaba dispuesta a negociar con nadie…que no estoy dispuesta a negociar con nadie…

Sin armas, sin consignas, con pocos megas y abierta al diálogo. Te cuento mi día de conquista callejera. Si me sigues es bajo tu cuenta y riesgo, no estoy invitando a nadie a delinquir…

Partimos desde el Prado. Mi compañero de vida se puso una pachanga negra para protegerse del sol y medias a media pierna -por pura monería-…unos dijeron que parecía noruego, otros que italiano y a mí me dio pinta de payaso divertido y adorable. Lo de parecer extranjero nos regaló algunas anécdotas que ya te contaré.

En el Prado han pintado algunos bancos de mármol con palabras sin sentido. No vi a nadie del partido quitando los carteles, tampoco esa desidia callejera y ataque al patrimonio histórico y cultural de la capital cubana parece ser digno de figurar, ni en la prensa oficial, ni en la independiente.

Caminamos por Obispo, cortamos por entrecalles diversas para desembocar en Muralla y llegamos al CI de la Habana Vieja, lugar de trato impecable y eficiencia. Primera gestión cumplida.

Se nos ocurrió buscar un lugar para tomar café y arrancamos a caminar Plaza Vieja, Mercaderes, lugares vacíos, gente con el ojo puesto para el «extranjero» que me acompañaba. Una pizarra en un restaurante, otrora caro y novedoso, anunciaba hamburguesas como sugerencia del chef…( ¡Wao, Pedro!)

Nos paramos en la vidriera de un lugar mágico que hace figuras de metal -giraldillas, Chaplin, Martí-. La muchacha salió y nos invitó a pasar, nos explicó todo, incluso nos llevó al taller. Me sentí persona ahí, hubiera querido comprarlo todo,pero recordé que soy persona con limitaciones de peso.

Llegamos a Marco Polo, el lugar de las especias. Saludamos. Cinco dependientes detrás de un mostrador de apenas tres metros de largo. ¿Qué polvos mágicos hay hoy? preguntamos con amabilidad. Lean ahí, nos respondieron con ligereza y pocas ganas mientras nos señalaban un cartel pegado al cristal, poco atractivo y con una impresión clara y desteñida, no apta para nuestra presbicia.

Vámonos, dije de inmediato…y como si se hubieran dado cuenta del desliz, la misma muchacha dijo… también se lo puedo decir…Tranquila, nosotros sabemos leer, pero ya no queremos comprar.

No van a borrarme la sonrisa…

Habíamos llegado a una heladería cerca del edificio donde radicaba el Ministerio de Finanzas (en reconstrucción hace años). Seguimos de largo, pero un señor mayor, delgado y educado explotó. Ni miren el precio del helado, dijo…

Y siguió. Lo que no se puede concebir es que un ingeniero cubano no pueda darse el gusto de un helado y cualquiera venga del extranjero y pueda hacerlo.

Tuvimos que darle la razón. Un comentario llegó desde nuestras espaldas: «así andamos todos», dijo una mujer. Yo todavía no he encontrado a nadie que diga en la calle: «mira lo que provoca el bloqueo». Y aquello que podría ser debatido hasta la saciedad, nos hizo reír momentáneamente y seguimos camino.

Tengo que hablar de dos buenos vendedores, maravillosos, atentos y súper profesionales. A uno le compré un champú, la otra me dio detalles sobre un colchón de espuma de goma incomparable para mi poder adquisitivo. Volví a sentirme persona con su trato.

Dulcería en Obispo y miramos. Cómprate un panqué, le dije a mi noruego. Yo no quiero, tú sabes que no me gusta tanto, mentí como mienten las madres a sus niños. Él lo disfrutó como un chama.

Casi llegamos al Parque Central. Durante todo el trayecto la basura, el agua negra, los salideros nos iban dejando ese olor peculiar que soportamos de puro milagro, como los apagones y todo lo demás. Fragancia Habana, pudiéramos nombrarlo de cara al turismo.

– Dame un cigarro, Sr

– Compadre, acabo de botar la caja

– Ah, tú eres cubano

– Como tú

– De madre, asere. Hoy no me he empatado con ningún yuma.

Ya en el parque nos sentamos en un banco de la esquina caliente que hoy estaba fría. Vimos pasar el mundo y muchos personajes pintorescos.

Entonces nos encontramos con un amigo, colega de la radio quien, por cierto, acaba de ganar un premio en el Festival Nacional de la Radio.

– Me asaltaron. Yo no trabajo más de noche. La gracia me costó una fractura de rodilla y también asaltaron a fulano y a mengano y a…

Nos despedimos…

– No van a quitarme el bolso, ni la sonrisa.

Así dije mirando a Martí frente a frente. Luego seguí caminando hasta llegar al Cerro, donde vivo.

No cuento el detalle de las pequeñas entregas de dinero a los más vulnerables que deambulan pidiendo limosnas, ni en los «graciosos» 7 días de garantía que una vendedora le ofreció a un hombre por comprarle una batidora carísima.

Sí voy a agradecer y mucho, el almuerzo improvisado en casa de mi amiga Betty …porque seguimos teniendo ese don de compartir…

Al final del día, mi vecina que me vió llegar, me dijo…

-Cogiste tremendo sol

– Si, hoy estuve recorriendo la Habana.

– ¿Y cómo te fue?

– Bueno… contesté y le regalé a mi vecina la mejor de mis sonrisas, porque esa, nadie me la va a quitar.

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